El patrimonio urbano de Hermosillo, entre la hazaña y el ultraje

Tonatiuh Castro Silva

Publicado con anterioridad en Libera Radio, el 25 de junio de 2015; aparecido originalmente en semanario Dossier, no. 3, 22 al 28 de febrero de 2008, en versión previa, con el título “La seducción de las musas”.

Cada cierto tiempo aparecen entes encantadores que rondan las cabezas de políticos, ricos y técnicos, y trastocan el tiempo y el espacio, sin importar el costo y aun tratándose de una comunidad empobrecida. Cuales musas perversas, incluso la élite intelectual y hasta la población periódicamente se dejan seducir por las féminas etéreas de la modernidad.

Monumento a Jesús García Corona. Foto: Jaime Llánez Samaniego.

A simple vista, en la imagen urbana se encuentran grandes obras de los poderosos del pasado, aunque su apariencia dé ahora la impresión de un poderío derruido y empolvado. Con una óptica más aguda, en la historia urbana de cualquier región se puede distinguir entre épocas o etapas, y obras aisladas. Las etapas urbanas de antaño son casi imperceptibles como tales con el sentido común, ya que se confunden con obras que de manera aislada fueron apareciendo a través del tiempo.

Las obras urbanas y arquitectónicas de Hermosillo de estas primeras décadas del siglo XXI no establecieron una etapa urbana, es decir, un periodo caracterizado por un proyecto integrado, coherente y racional. En un sentido social, este último aspecto debe resaltarse, ya que si bien solemos identificar lo “moderno” con lo que visualmente nos parece novedoso, en realidad el término hace referencia a la eficacia en la instrumentación de medidas para atender una necesidad.

Es lamentable que Hermosillo se encuentre rezagado en cuanto a su configuración urbana respecto a otras ciudades del norte de México, inclusive de menores dimensiones. En estos años recientes no fue posible edificar un proyecto socio-territorial para la ciudad capital y, mucho menos, que la refuncionalizara.

En Hermosillo han existido megaproyectos urbanos (es decir, generales) o arquitectónicos (o sea, específicos), que en su momento representaron para la élite gobernante o acaudalada, más que despliegues constructivos de atención a la población, oportunidades de negocios financieros y/o proyección política. El fin propagandístico de la arquitectura monumental no tiene sólo fines inmediatos, sino además trascendentales; así, tales megaproyectos, correspondientes con “los gobiernos emanados de la Revolución”, pretendieron de igual forma  establecer de manera imponente para las generaciones venideras, quiénes le habían dado un rostro moderno a la ciudad y, más que eso, habían refundado a la sociedad sonorense e, inclusive, a la nacional; destacar pues su mérito imperecedero. 

No obstante, resulta sencillo distinguir entre tales obras públicas, con una evidente intención estética-política, pero de innegable utilidad social, y las que en la época contemporánea parten de un aparente capricho, aunque con un claro sustento: el interés económico.

Del periodo del maximato, época en que gobernaron Sonora un hijo, un tío y correligionarios de don Plutarco, destaca la Casa del pueblo, complejo construido entre 1933 y 1934, durante la administración de Rodolfo Elías Calles. El conjunto se ubicó al oriente del parque Madero, donde actualmente se encuentran el renombrado “Parque Infantil DIF Sonora” (originalmente “Parque Popular Infantil”) y el edificio del PRI Estatal, que por herencia del abuelo recibió ese pedazo de patria, puesto que la principal edificación del conjunto, es decir, la propiamente “Casa del Pueblo”, fueron las oficinas del PNR. Para la ejecución del proyecto se erogó el 57% del presupuesto total destinado a construcción de edificios públicos en el estado ($108,247.95). La Casa del Pueblo contaba con oficinas, canchas de tenis, frontenis, albercas, juegos infantiles, ring de box y el estadio de béisbol “Fernando M. Ortiz”. Aparte de este conjunto, una serie de notables obras urbanas de evidente beneficio social (en contraposición con la arbitrariedad cultural y social del periodo), trajeron cambios positivos a Hermosillo, como renovación de parques, pavimentación y remodelaciones de edificios públicos.


Una época que igualmente no se reduce a una obra ni a un conjunto, es la llamada “Era de Abelardo”, que al ser reconocida de esta forma menosprecia las aportaciones de otros gobernantes, empresarios y realizadores. Entre el caudal de obras (conformado también por edificios públicos, vialidades y hasta una presa), destaca el conjunto de la Universidad de Sonora y en él, el edificio de Museo y Biblioteca, cuya primera piedra fue colocada en septiembre de 1944, para ser inaugurado por el presidente Miguel Alemán en abril de 1948. La aparición de la mole de cemento (material del cual era empresario el mismísimo gobernador, y que más que venderle a su propio gobierno, le donó gran parte del mismo), impactó al gran rancho, que presagiaba que su juventud se elevaría mediante esas escalinatas hacia una intelectualidad infinita.

Si bien el periodo de Luis Encinas Johnson fue abundante en obras de renovación urbana, pasaron dos décadas para que una nueva etapa se concretara. Las gubernaturas de Samuel Ocaña y “RFV” (como decía su propaganda de campaña) establecieron las bases de proyectos y obras que cristalizaron en la década de 1990. Importantes obras como la Casa de la Cultura de Sonora, el Centro Ecológico de Sonora, el Museo de Sonora, constituyeron una auténtica misión cultural que no ha sido valorada en toda su dimensión. Pero, tratándose de proyectos de conjunto, destaca el Complejo Deportivo del Noroeste de Hermosillo del periodo de Ocaña, que se convirtió finalmente en la Ciudad Deportiva del Noroeste, conformada por el Centro de Usos Múltiples, el Estadio “Héroes de Nacozari” y una alberca olímpica.

Por otra parte, resultó trascendental el Programa Especial de Hermosillo (del la administración estatal 1985-1991), que se retomó como Proyecto Río Sonora Hermosillo XXI, cuyas obras contempladas eran: Parque Ecológico y Recreativo de La Sauceda, Centro Administrativo de Gobierno, Centro Corporativo y Financiero, Hospital Privado de Hermosillo, Centro Comercial, Centro de Exposiciones y Convenciones de la Ciudad de Hermosillo y Gran Hotel de Hermosillo.

Es necesario ubicar las obras y proyectos mencionados en su contexto actual para comprender la lógica inmobiliaria y política que estuvo atrás de ellas y está en los nuevos proyectos de esa naturaleza. ¿Qué fue del complejo de la Casa del Pueblo?, ¿dónde está aquel estadio que tanto costó?, ¿dónde están los vitrales de Fermín Revueltas que lucían en el sitio?; ¿en qué condiciones se encuentra el Museo y Biblioteca de la Universidad de Sonora?, ¿qué funciones tienen sus espacios?; ¿cuál es el impacto actual de la Casa de la Cultura, y el del Centro Ecológico?; ¿para qué se utiliza el Centro de Usos Múltiples, que no obstante su nombre, en su origen no se destinaba a la burocracia?; ¿cómo está el Parque La Sauceda ecológica, física y financieramente?; ¿cuál ha sido la trascendencia social del Museo de Arte de Sonora?, ¿ha compensado su crimen ecológico primigenio?. Indudablemente que las fallas, más que de origen, obedecen a la irresponsabilidad gubernamental. Cada administración que llega podemos ver que se “desentiende” de los rastros de los gobiernos anteriores.


Los urbanismos y arquitecturas del pasado hermosillense son referibles no sólo por la historia escrita; están a la vista en nuestros días, aunque algunas de ellas fueron ya desaparecidas por manos que consideraron a la ciudad un gran supermercado donde las calles eran pasillos, las cuadras estantes y los ciudadanos consumidores fáciles de estafar. Niños y jóvenes no pueden ya testificar obras que en algún momento se esfumaron, cuando las musas de una modernidad bárbara sedujeron a las manos decisivas, y las incitaron a refundar el pueblo y pretender una metrópoli en dónde escenificar su ensueño particular, liberado del supuesto lastre del pasado, que más bien debió ser patrimonio cultural de la sociedad.

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