La artesanía del desierto de Sonora



Tonatiuh Castro Silva
El desierto de Sonora abarca el norte de Sinaloa, el sur de Arizona, y en su totalidad al Estado de Sonora. En este entorno, la persistencia étnica muestra su nobleza a través de la artesanía. Sea utilitaria, suntuosa o ritual, nace de la tierra y de las manos de los originarios, y seduce y despierta el encomio del espectador, del transeúnte y del turista. Es intrigante el génesis de la abstracción, la recreación y el ingenio ¿De donde vienen esas texturas y esas formas?

El desiertoLos exploradores de la época colonial coinciden en señalar que la apariencia personal era muy importante para los cucapá, los antiguos habitantes del valle del río Colorado. En la antigüedad, los hombres usaban tocados con plumas y collares de hueso, pendientes en orejas y narices, y coloridos cinturones de los que pendían manojos de plumas de su parte trasera, y las mujeres vestían faldas de plumas pintadas; además, ambos usaban pinturas faciales y corporales, así como pectorales, amplios collares protectores de pecho, hombros y espalda, elaborados con un tejido de chaquira.
Antiguamente, la actividad artesanal cucapá era copiosa; elaboraban chaquira con madera, hueso y barro, y con ella accesorios personales con fines cotidianos y rituales; practicaban la alfarería con fines domésticos y elaboraban cestería.
Para dar forma a los recipientes de alfarería, se utilizaban las manos, las rodillas, otros recipientes, y herramientas como paletas de madera, yunques de barro en forma de hongo y piedra pulida. La cocción se realizaba en un área abierta o en una fosa, usando como leña pedazos de mezquite y estiércol. Finalmente, se decoraba con pintura negra obtenida de savia de mezquite cocida. Los recipientes se pintaban sobre brasas de mezquite, donde permanecían varios minutos una vez terminada la decoración, para después ser limpiados y restregados con tela para opacar el color recién aplicado.
Otro tipo de recipiente cucapá era la cesta. Antiguamente hacían cestas tejidas; había grandes para guardar alimento y otras pequeñas con forma de nido. Todos estos objetos domésticos dejaron de utilizarse a mediados del siglo XIX.
Durante el siglo XX las distintas actividades artesanales fueron practicadas cada vez por menos personas, restringiéndose hacia fines de siglo en la elaboración de diferentes objetos de chaquira y lentejuela de uso personal (collares, pectorales, broches, llaveros y cintos), y dirigidas además a la venta a los turistas, ya que dejaron de ser parte de la indumentaria cotidiana. A principios del siglo XXI fue posible ver de nueva cuenta a las mujeres de Pozas de Arvízu elaborar de manera copiosa esta artesanía.
Otra etnia del desierto -emparentada de manera milenaria con los cucapá por compartir ambos su pertenencia al grupo lingüístico hokano, consideran algunos autores-, pero con la peculiaridad de su colindancia con el mar, el Golfo de California, son los comca’ac o seris. Sin duda, se trata del grupo más íntimamente relacionado con la artesanía, ya que ésta constituye una de sus principales actividades de subsistencia. Su artesanía se puede agrupar en accesorios personales (collares y pulseras), objetos utilitarios (cestería y cerámica) y suntuarios (escultura).
Es difícil definir un tipo de “collar seri“, debido a que los patrones dependen casi de cuanto la imaginación sugiera. Los elementos de su elaboración muestran la diversidad de su entorno: en cada uno de ellos se contiene al desierto (flores de San Juanico, semillas, vértebras de víbora de cascabel) y al mar (caracoles, conchas, vértebras de tiburón). Para atraer la buena suerte, se puede usar un collar consistente en una trenza en espiral de hilaza de distintos colores, de la que penden pequeñas almohadillas de tela rellenas con plantas que pueden ser jécota, torote colorado o salvia.
La cestería surge de un proceso de larga duración, determinado por las dificultades de la recolección del material y de la elaboración de las piezas. Las canastas o “coritas” están hechas de fibra de la planta torote. Los colores aplicados a la fibra se obtienen de cosahui (café) y mezquite (negro). Como herramienta, usan una aguja elaborada a partir de un hueso de venado.
Dentro de la artesanía utilitaria, pero de tipo cerámico, se encontraban antiguamente las ollas de “cascarón de huevo”, recipientes de amplio uso doméstico. La cerámica también tenía y tiene otras intenciones; con ella se elaboran tanto recipientes como figuras zoomorfas o humanoides, obras que tienen los mismos motivos utilizados en la escultura en palo fierro, aunque de un carácter rústico.
El arte escultórico de los comca’ac ha sido denigrado al nombrársele “figuras” o “tallado” de palo fierro. En realidad existe un cúmulo de significados atrás de las formas que adquiere la madera. Elementos estéticos que por su trasfondo deben considerarse al observar la escultura conca’ac son: la dinamicidad (lo que conlleva a la representación de la incidencia de la fuerza del viento, el movimiento del mar o la densidad de la arena, sobre la figura representada) y la abstracción (lo que implica la carencia de rostros y principalmente de ojos; la ausencia de realismo en las texturas corporales, como plumaje o pelo).
Debido a que el palo fierro ha sido depredado por artesanos o intermediarios que talan y comercian el material de una manera inadecuada y exorbitante, los comca’ac han optado desde la década de 1990 por utilizar otros materiales como barita, palo blanco y piedra de talco.
Por otra parte, la familia lingüística yutonahua se despliega de manera esplendorosa en Sonora mediante cinco grupos. El primero de ellos, comenzando por el norte, son los tohono o’otham o pápagos.

La habilidad manual, la creatividad y el gusto se han expresado en una gran cantidad de objetos, antiguamente tanto utilitarios como rituales. Sin embargo, la modernidad ha restringido la artesanía a la indumentaria ceremonial. Las plantas que utilizaban para elaborar las fibras y con estas cestería, eran sauce y morera. Un rasgo de la cestería tohono o’otham es la elaboración de cestos casi aplanados, formando un disco de leve fondo. También de uso doméstico, se elaboraban recipientes rústicos de cerámica. La elaboración de telas se realizaba con un telar consistente en cuatro pequeños postes clavados al suelo, y otros dos palos que se manipulaban.
De una naturaleza distinta, la indumentaria utilizada por los cantores/danzantes en la ceremonia víkita, que se realiza en julio, constituye también un conjunto de obras creativas: máscara de gamuza, collares similares a los del venado yaqui, pero más abundante aún, el sol convertido en un casco blanco y emplumado, todo para iluminar una ceremonia de vigilia y teatralidad sagrada.

La sierraEn las alturas del desierto de Sonora, refugiando sus pasiones, se encuentran otras dos etnias yutonahuas: o’ob o pimas, en la parte central del segmento sonorense de la Siera Madre Occidental, y makurawe o guarijíos, hacia el sur.
Tanto la cestería como la cerámica de los o’ob son similares a las de los tohono o’otham, de ahí la eventual pertinencia del término colonial “pimas bajos”. Pero tanto en los materiales como en el proceso de elaboración se plasma la condición serrana. El tejido de los cestos se hace en una pequeña cámara semi-subterránea denominada huki, donde se almacena previamente el material, con la finalidad de que la humedad y la frescura permitan su maleabilidad. Con fibra de ocotillo o torote se elaboran cestos aplanados como los de los “pimas altos”, y con palma cestos pequeños o waris.
Los makurawe también elaboran objetos tejidos de palma, pero además utilizan cedro, etcho, chilicote y torote. Con esto se producen waris, petates, sombreros. Se practica la cerámica de utensilios doméstico, el tejido de cobijas de lana y bordado de servilletas y la elaboración de instrumentos musicales y máscaras de madera.

Las riberasLa intensa religiosidad y como expresión primordial de ello, la ritualidad, parece haber evitado o arrasado cualquier sentido artesanal de la vida social de los yoeme o yaquis y de los yoreme o mayo, comúnmente denominados de manera genérica como cahitas. Entre ellos no existe el oficio de artesano como herencia prehispánica, pero debido a que son abundantes las fiestas y conmemoraciones, y a que en cada una hay varios personajes, resultaría casi infinito un listado de los objetos de la indumentaria que de manera aislada bien pudiesen pasar por artesanía. Sin embargo, hay un factor común en toda esa dotación de creatividad: se trata de hacer sonar y hacer visual la relación entre el hombre y la naturaleza. Habitantes de valles ribereños custodiados por la sierra y el Golfo de California, traslucen en su cosmogonía la centralidad de dos símbolos: el venado y la flor, que se pueden observar de múltiples formas, algunas veces aislados y en otras imbricados y transfigurados: la cabeza de venado con sus listones en la cabeza del danzante; el profuso collar del venado, de concha de abulón y chaquira; las pezuñas del animal, pendientes por decenas de un cinturón, que dan voz a los danzantes de venado y a los chapayekas o fariseos. Todo ello y más, simbiotiza al danzante y al mundo natural. Pero también la flor se puede ver en los cuernos de un venado yoreme, en las orejas de un chapayeka yaqui, o en un bule convertido en sonaja, que además siendo roja o azul, sonoriza la lucha entre el bien y el mal.
Antiguamente, la ritualidad imponía la destrucción de gran parte de los objetos rituales el sábado de gloria. En la actualidad, no todos los objetos se queman, debido a las dificultades para volver a elaborarlos o adquirirlos.
Algunos cahitas elaboran como miniaturas para su venta instrumentos musicales y muñecos y máscaras de chapayekas y pascolas, pero esto no es bien visto por los tradicionalistas. La artesanía permanece como una parte estética y acústica de la disciplina ritual y, efectivamente, constituye un pilar de la persistencia cahita.


Fotografía de corita comca'ac: Alejandrina Espinoza Reyna
Fotografía de laguna de Quitovac: TCS

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