Destino desecado: el pueblo cucapá en Sonora

Tonatiuh Castro Silva

Al margen de la historia, pero en el pináculo de la longevidad humana, se encuentra el pueblo cucapá. Fuera de las prioridades de los gobiernos, fuera de los macroproyectos académicos, fuera incluso de la agenda de la lucha organizada de los pueblos originarios, se encuentra la más antigua etnia del estado de Sonora. Situación similar, aunque no igual, es la que tiene su hermandad avecindada en el estado de Baja California. Del lado de Sonora, las carencias de los cucapá, lamentables expresiones de la indolencia propia de la modernidad, por igual son desdeñandas por el Congreso local, que por las autoridades tradicionales de las demás antiguas naciones; su historia es menospreciada por los funcionarios, de la misma forma que por los investigadores sociales; su presencia es vilipendiada tanto por las dependencias responsables de la infraestructura, como por el ejército indigenista del país y demás organizaciones indianistas independientes. Su plantel escolar no está integrado al sistema de la Dirección General de Educación Indígena, ni tampoco son temática del proyecto Etnografía de las regiones indígenas del INAH nacional; la arqueología constata su presencia en el área desde fines de la última glaciación, pero no aparecen en el libro de primaria que se ocupa del tema de las etnias, el de tercer grado. Simplemente, para el “hombre de razón”, no existen. Ha sido en los últimos años que han aparecido en los escenarios folcloristas del ayuntamiento, y eventualmente en los de instituciones estatales y federales, en sus festivales y actos cívicos, pero como expresión de un acto etnofágico más que de reconocimiento y resarcimiento, como consecuencia y aprovechamiento de un proyecto previo enfocado a la revitalización cultural.


En el ejido Pozas de Arvizu, en el municipio de San Luis Río Colorado, al extremo noroeste de Sonora, se redujo un antiguo pueblo con seis mil años de antigüedad, que en el lapso de dos generaciones más podría diluirse de la faz de la tierra. Tal unidad económico-territorial, amparada en el sistema ejidal, se conformó como consecuencia de una lucha que libraron los propios miembros de la etnia entre las décadas de 1930 y 1940.
Por otra parte, en Baja California se ha padecido el acoso del estado hacia la etnia cucapá debido a su práctica milenaria de la pesca, en un área que, a partir de criterios biologicistas a ultranza, han vedado ciertas especies; curioso: por milenios ellos practicaron la pesca, viviendo en armonía con la naturaleza, y es a partir de la creación de la reserva ambiental y la aparición del marco normativo que resulta que son ellos quienes atentan con el medio ambiente.
Ante las vejaciones que padecen, distintas instancias, tanto oficiales como civiles, les han acompañado en la defensa de sus prácticas tradicionales. Para los cucapá de Sonora no existe tal comparsa que les alivie o les apoye. En pleno tercer milenio, carecen de atención regular a la necesidad humana más básica: el agua potable.
En el año de 1998 inició actividades el Plan de Revitalización de la Cultura y Lengua Cucapá, en el seno de la Dirección General de Culturas Populares, anteriormente perteneciente al CONACULTA, y actualmente a la Secretaría de Cultura, y dependiente en lo operativo en Sonora del Instituto Sonorense de Cultura. Han sido importantes los logros de dicha estrategia: revitalización lingüística (talleres de lecto-escritura, documentación lingüística, etc.), promoción cultural comunitaria (revitalización de cantos y danzas tradicionales, impulso de la labor artesanal, creación de un centro cultural, entre otros), y otros logros en el plano de la difusión cultural (producciones discográficas, televisivas, radiofónicas, editoriales, etc.). Sin embargo, tales avances se circunscriben al ámbito de lo estrictamente cultural.


En los últimos años, los cucapá de Sonora han batallado para que se les abastezca de agua. Ante el atrofiamiento de la infraestructura que en algún momento les surtió del vital líquido, han debido almacenar el agua que una cisterna del ayuntamiento de San Luis les ha proporcionado. Recientemente, el mismo ayuntamiento ha aplicado una medida que, aunque basada en un buen propósito, no da los resultados realmente requeridos. Tras realizar un proyecto de pozo nuevo que abasteciera a la comunidad, el presupuesto contemplado fue de $1,300,000.00, proponiendo esta instancia local a la federación que cada parte aportara la mitad del recurso. Al no haber una respuesta positiva por parte del gobierno federal, el ayuntamiento reparó un pozo ya existente, con quince años de abandono, con un costo de $500,000.00. El agua que extrae se encuentra contaminada por manganeso y cobre, por lo que los propios técnicos oficiales especializados en el campo del agua recomiendan a la población que se le use sólo en el baño, y que no sea almacenada; mientras el agua fluya no adquirirá la coloración amarillenta, se les advierte, como si de esta manera dejase de tener la composición dañina. Lo cierto, es que el manganeso en cantidades superiores a las admitidas reduce la capacidad intelectual de las personas, según lo ha probado la investigación científica.


Pozas de Arvizu, reducto de la persistencia étnica milenaria, se ha comenzado a desmoronar; del grupo fundacional de ejidatarios o bien, de sus herederos, han permanecido treintaitrés, pero varios de ellos han rentado o vendido sus parcelas. La renta de las mismas comenzó hace varias décadas, lo cual si bien es parte de un proceso ocurrido en los ejidos de todo el país, en este caso es expresión tanto de la pobreza como de la segregación étnica; es decir, ser “indígena” agudiza la condición de pobreza, y esto se patentiza de sobremanera en los valles agrícolas. En el de San Luis, agricultores locales y trasnacionales usufructúan el territorio que aún hasta las últimas décadas del siglo XIX sólo habitaba el antiguo pueblo yumano.  Incluso, la situación ha empeorado; las parcelas ejidales ya no sólo se rentan, sino que además se venden, con la intromisión de personas externas en el área habitacional del ejido, situación que trastoca de esta forma la vida comunitaria tanto en lo económico, como en lo cultural. Si bien en antiguas regiones “indígenas” se ha dado la coincidencia o colindancia entre miembros de los pueblos originarios y campesinos mestizos, han prevalecido, en regiones como la del valle del Mayo, las estructuras socioculturales que permiten la permanencia de las etnias, mediante la integración de los “blancos” o “yoris” a sus costumbres y tradiciones. No ocurre de esta forma en el caso de minorías étnicas como los kikapú se la sierra de Sonora (municipio de Bacerac), o en el caso de los cucapá, rodeados de ejidos de gente “de razón”.
Careciendo de agua potable, de servicios médicos (no obstante que en el ejido se ubica el cascarón de un módulo de salud), olvidados por la economía nacional, desintegrados de la educación intercultural, el pueblo cucapá de Sonora se guarece en el recuerdo comunitario, del que surge cada día la llama que cada vez con mayor dificultad ilumina el camino que habrá de seguir en el futuro.

Fotos: Cucapá de Sonora. Ejido Pozas de Arvizu, San Luis Río Colorado. Tonatiuh Castro Silva.

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