El Gran Desierto de Altar, patrimonio y desgracia de la humanidad

Tonatiuh Castro Silva

Patrimonio de la humanidad: categoría que se dirige más a la sensiblería que a la sensibilización, que propiamente implicaría el despliegue de políticas públicas de protección, estudio y difusión, y que no debiera reducirse únicamente a un acto cívico mediático o de promoción turística.
Al referir que un sitio o manifestación cultural ha sido reconocido por la Unesco como “patrimonio de la humanidad”, en realidad se hace alusión de forma genérica a su inscripción en alguna “lista” o grupo, de tres que existen, cuyas definiciones son imprecisas. Las categorías referentes a elementos materiales se basan en la Convención sobre el Patrimonio Mundial Cultural y Natural (1972), pero formalmente no existe la definición particular de “Patrimonio de la Humanidad”, ni existe una clara distinción, según ese documento, entre lo natural y lo cultural, de tal forma que es en los hechos donde se manifiesta una escisión en la ontología del elemento. Por su parte, la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, que entró en vigor en 2003, es también imprecisa en cuanto a que a los elementos que distingue se les nombra “Obras maestras del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad”, o “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.
Más allá de la polisemia en la escritura, dos son las deficiencias trascendentales que suelen ocurrir al concederse la distinción llamada genéricamente “Patrimonio de la humanidad”: a) la categoría no implica la puesta en práctica de medidas gubernamentales y acciones civiles, y b) cuando se trata de sitios naturales, se les despoja del aspecto sociocultural o, contrariamente, cuando se trata del aspecto cultural, se soslaya el aspecto natural o material.

El Pinacate y Gran Desierto de Altar. Foto: TCS.

La inscripción en cualquiera de los mencionados grupos, según lo dispuesto por las normatividades, debiera implicar no solamente una distinción momentánea, sino la adquisición de obligaciones tanto del gobierno como de la sociedad civil del país al que pertenece el elemento natural o cultural en cuestión, respecto a su protección legal y física, preservación, investigación y difusión. Evidentemente, tal acción no ocurre. Esta omisión suele deberse a alguno de los siguientes hechos: en primer lugar, ocurre usualmente que ni para las autoridades ni para la población resulta relevante la distinción, pues se carece de conciencia (por ejemplo, ¿quién objeta los daños que sufre Xochimilco debido a la urbanización atroz de la Ciudad de México, a pesar de que desde el año de 1987 dicha área tiene la categoría de “patrimonio mundial”?); otro de los factores, se debe en ocasiones a que aunque se le reconoce trascendencia, sería costoso para la administración pública, desde una perspectiva para la que la historia, el patrimonio cultural y el medio ambiente son elementos accesorios de la vida social; también el desdén por la catalogación oficial puede deberse a que, si bien existe conciencia respecto al valor del elemento distinguido, con las herramientas disponibles (instituciones, recursos humanos, marco legal, etc.), es prácticamente imposible atender el criterio de los especialistas y de la Unesco; un fehaciente ejemplo: la música de mariachi, que es “patrimonio de la humanidad” pensemos:…¿está en manos de los músicos tradicionales o de las instituciones culturales evitar que se “desvirtúe” y se mezcle el género?
Expresión de esta situación es la distinción que recientemente ha recibido el área de "El Pinacate y Gran Desierto de Altar", en el estado mexicano de Sonora, al noroeste del país. El discurso ambientalista y las políticas ambientales, a partir de una limitada visión de la defensa del valor de la vida, han relegado el valor de la vida humana, en aras del enaltecimiento del mundo natural.
Existe una intención geográfica a ultranza que pretende distinguir entre el “Gran Desierto de Altar”, y el “Desierto de Altar”. Para la cultura o’otham, su territorio no concluye donde inician la Reserva o las dunas; son parte de su herencia comunitaria, y posesión simbólica refrendada por el cuerpo normativo internacional. Desde la visión de los originarios, ni un centímetro ni varios kilómetros existen de separación entre su área de residencia y el resto de su territorio ancestral. Es en esta tierra sagrada donde han ocurrido y ocurren el desabasto de agua de sus antiguos y contemporáneos habitantes, la migración letal, el tráfico humano y el narcotráfico, y son precisamente estos hechos a los que se debe prestar atención y atender mediante políticas públicas. Su antiguo hogar les ha sido paulatinamente arrebatado a los tohono o’otham, primero por los rancheros y mineros en el siglo XIX, y ahora por la Unesco.
La visión positivista, que depende de un supuesto dato preciso, procura la negación de lo cultural en lo natural. Apostando a la certeza técnica, pero cayendo en el absurdo histórico, la lógica de la promoción turística y el cientificismo argumentan cínicamente: el Gran Desierto de Altar no tiene nada que ver con Altar; el Valle del Yaqui y el río Yaqui, no pertenecen a los yaquis. Tal posicionamiento político y seudo-científico no debe cegarnos, ni debiera atrofiar la labor de salvaguardia del patrimonio que se supone procuran la administración pública y los organismos internacionales.
El gobierno de México, decretó la Reserva de la Biosfera El Pinacate y Gran Desierto de Altar, el 10 de junio de 1993, con una superficie de 714 mil 556 hectáreas. El pasado mes de julio, la UNESCO distinguió al área con el nombramiento de “Patrimonio Mundial Natural”.


Si consideramos que la naturaleza inextricablemente es acompañada de la intervención humana, es inevitable advertir que tal disposición internacional es sin duda contemplativa y pasiva. Por ello, debe analizarse de manera separada el binomio El Pinacate-Desierto de Altar, para llegar posteriormente a una conclusión inclusiva. Aun cuando El Pinacate fue área de residencia y tránsito de las primeras culturas de la región desde hace alrededor de 20,000 años, en el presente es en el desierto de Altar en donde podemos identificar aún residencia humana y procesos socioculturales que requieren urgentemente ser atendidos y resueltos, y que no se pueden esconder bajo la alfombra.
Por una parte, se encuentran los tohono o’otham –a quienes los sonorenses nombran “pápagos” (frijoleros)–, quienes muere de sed, en el segundo desierto más grande del mundo. Por otro lado, la región es una de las de mayores dimensiones en el flujo migratorio México-Estados Unidos –siendo una de las zonas de mayor tráfico humano y vejación a migrantes en el orbe–, así como ruta fundamental en el narcotráfico continental.
El desierto de Altar es una subregión del desierto de Sonora en la que la precipitación pluvial va desde los 50 a los 300 mm anuales; históricamente se han presentado temporadas de hasta 34 meses sin lluvias. La existencia de su sorprendente diversidad de flora y fauna, que comprende más de 540 especies vegetales y más de 280 animales, es posible por sus características, apropiadas para la escasez de agua. Sin embargo, el homo sapiens sapiens no ha desarrollado tales aptitudes.

Cerro de Quitovac. Foto: TCS.

En esta zona, el pueblo tohono o’otham carece de agua potable. Por ello, en cada casa se encuentra un pozo de agua para el abasto, que se logra excavando algunos metros en el lote familiar. En el pueblo de Quitovac, ubicado a 5 kms. del área de dunas del desierto de Altar, hay una laguna milenaria, y se cuenta con agua entubada. Pero dicha laguna, que es un sitio sagrado, es también un cuerpo de agua contaminada, y en proceso de desecación. Hay una toma del recurso hídrico en cada vivienda; sin embargo, no ofrece agua potable en realidad, no sólo porque no proviene de un sistema de potabilización, sino porque los mantos acuíferos de la región han sido contaminados por las empresas mineras desde la década de 1990. La red de tubería fue instalada por una asociación estadounidense, la cual implementó el proyecto Especialistas en Protección del Agua, ante el desdén de las autoridades mexicanas. Aunque el servicio de agua entubada ya se ofrece en Quitovac, las localidades en general aún carecen de suministro del líquido vital.
Pero en el desierto de Altar, no sólo los originarios sufren y mueren. En su participación en el III Encuentro “Ellos tienen la palabra. Un diálogo con los defensores de los derechos humanos de los migrantes”, realizado en la Universidad Iberoamericana, en marzo de este 2013, el presbítero Prisciliano Pedraza, de Altar, expuso los rasgos de la atroz travesía de los migrantes del desierto. Informó que a partir del año 2000, comenzaron a llegar a la localidad aproximadamente dos mil migrantes cada día. Señaló que posteriormente el flujo se intensificó, alcanzando su punto más alto en 2005, con la llegada de entre 10 mil y 15 mil migrantes diariamente a esa localidad.
Considera que actualmente arriban entre dos mil y cuatro mil migrantes al día, situación que ha sido aprovechada por residentes locales y otros “inversionistas”, dando pie a la aparición de 17 hoteles y más de 90 casas de huéspedes, habitaciones en las que se hacinan cinco o seis personas sobre cobijas.
Sin embargo, no es en la cabecera municipal donde ocurren las más lamentables penurias. 70 camionetas Van mantienen el tránsito entre Altar y El Sásabe, con un costo de $200.00 por persona.
En el camino del desierto, ya en Arizona, las rutas, tanto terracerías como sendas inauditas, tienen dueño. Los traficantes de humanos y narcotraficantes procuran el poder, y el desplazamiento tiene costos y condiciones.
Por si las dificultades naturales y criminales del desierto fuesen superables, los migrantes deben enfrentar también la vigilancia policiaca, compuesta por 5,400 oficiales de la Patrulla Fronteriza de Arizona asignados al área. Aproximadamente 60 personas son detenidas diariamente. Según datos del Buró de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP) del Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos, en 2012 se efectuaron 126,400 arrestos en Arizona; en 2011 fueron 129,000; y 219,000 en 2010.
En el transcurso del año 2013, se habían arrestado a 82,280 indocumentados. Aproximadamente el 77% son de origen mexicano; entre el 16 y 20% de Centro y Sudamérica, y 3% “del resto del mundo”.
Cada año mueren alrededor de 400 personas; el 70% de los cuerpos recuperados no son identificados. El sacerdote Prisciliano Pedraza, informó en su ponencia que más del 70% de las personas que cruzan hacia los Estados Unidos a través del desierto de Altar, invariablemente sufren violaciones a sus derechos humanos, principalmente las mujeres.

Embarque de migrantes a la línea fronteriza en el desierto de Altar. 
Predio Las Ladrilleras. Foto: Alonso Castillo.

Contraparte del proceso migratorio lo es la repatriación obligada. En estos flujos, resulta impactante el hecho de que en su composición se encuentra también población infantil. Hacia 2010, fueron 20,438 casos de niños que en busca de trabajo, habían ido a Estados Unidos, y se tuvieron de regreso por la frontera sonorense.
Pareciera ser cuestión de demarcar con una palabra (“natural”) y omitir otro término (“cultural”), para hacer digerible la realidad en la fiesta de la globalidad neoliberal. Sin embargo, debemos considerar el carácter humanamente contemporáneo del desierto de Altar, porque no son sólo las “bellezas naturales”, sino además las desgracias cotidianas las que definen su fisonomía; así, esta lacerante realidad se convierte también en un patrimonio de la humanidad.

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