Racismo, discriminación y violencia simbólica en Sonora. El poder identitario ante el reto de la interculturalidad.

Tonatiuh Castro Silva

Síntesis de la ponencia presentada en el XXXVIII Simposio de Historia y Antropología de Sonora, el día 19 de febrero de 2013, en el Auditorio de la Sociedad Sonorense de Historia, A. C.

Introducción
“A media mañana, al entrar al baño de la escuela primaria “Benito Juárez”, ubicada casi en el centro de la ciudad de Hermosillo [en la colonia San Benito], un niño de escasos ocho años de edad y que estaba en tercero de primaria, luego de ser insultado fue arteramente golpeado por dos niños, uno de sexto año, de 12 años de edad y otro de quinto de primaria, de 11 años de edad.
Por la simple y sencilla razón de hablar como guacho y haber nacido en la ciudad de México, Distrito Federal, cuyos padres sonorenses ambos, habían tenido que ir a trabajar a la capital del país, fue arteramente atacado a golpes y patadas.
El niño de tercer año de primaria, nunca se pudo defender ante el tamaño de sus otros contrincantes; que al tiempo que le tundían de golpes y patadas estando tirado en el suelo el inocente niño, le gritaban: guacho, vete de aquí guacho, muérete; hasta que le reventaron las entrañas y de una patada le estrellaron el cráneo contra la pared”(1).
Se trataba del niño Juan Israel Bucio Venegas, fallecido el día 20 de junio de 1987, quien, indudablemente es un mártir de la diversidad cultural. La historia oral, que no se constriñe al pretendido silencio impuesto por la Dirección de la escuela primaria y por el Gobierno estatal de la época, acota sobre la versión periodística, que la golpiza al niño, incitada por la profesora del grupo, ocurrió en la segunda planta del plantel escolar, de donde fue arrojado por los niños racistas, para determinar así su trágico final. Fue atacado el 3 de febrero de ese año, quedando postrado hasta sufrir un sexto ataque cardiaco, en una larga agonía.
La migración y el mestizaje son procesos necesariamente simbióticos en tanto resultado del contacto entre sociedades. Pero ocurren también expresiones sociales de una naturaleza abiertamente contraria a la existencia o, al menos, a la coexistencia armoniosa de los pueblos.
El racismo, como forma particular de discriminación, constituye un tema vedado en la discusión intelectual y gubernamental por numerosos factores, entre los que se pudiera destacar su supuesta irrelevancia, ya que, según la visión discriminatoria –aun cuando no lo enuncie abiertamente–, se trata de una situación que le sucede a ciertas minorías.
Sonora, el estado de mayor diversidad cultural del norte de México, se define como un mosaico territorial en el que convergen diversas culturas regionales mestizas, un conjunto de pueblos originarios y persistentes, así como varios grupos y sujetos sociales foráneos establecidos en la región en determinados momentos de la época moderna. Entre estos sectores se establecen relaciones sociales basadas en configuraciones valorativas y perceptivas tanto heredadas como contemporáneas, que al desconocer la simple situación multicultural, en consecuencia se anteponen a una auténtica condición intercultural, ocurriendo así expresiones cotidianas como el etnocentrismo y la discriminación, que se han manifestado o se manifiestan en actos concretos como el etnocidio, el racismo, la vejación o el homicidio, o la violencia simbólica cotidiana.

Conceptografía de la discriminación
En la discusión coloquial se suele centrar la discusión acerca de la discriminación y del racismo en la veracidad y autenticidad de la actitud discriminatoria, en el fundamento empírico de su determinante señalamiento y despiadada acción. No obstante, la situación discriminatoria supone, en primer término, y con independencia de los supuestos rasgos de los discriminados, una mentalidad y un perfil propios del discriminador.
En primer lugar, ha de definirse el concepto de etnocentrismo, para referirnos a la consideración de los miembros de una cultura, que establece la propia como la de mayor valor en cuanto a su proceso histórico y configuración contemporánea, por encima del conjunto de elementos culturales, genéticos y geográficos propios de otras poblaciones. Dentro de este mismo conjunto de términos que definen al discriminador, se encuentran: prejuicio, estereotipo y estigma.
De acuerdo con Valenzuela, el prejuicio se define como “una reacción simbólica, una actitud emocional rígida, inflexible, contra un grupo de personas. Es un conjunto de ideas sin sustento, de creencias sin apoyo racional, que constituyen la percepción que tiene un grupo de personas acerca de las características de otro grupo, características que pueden corresponder o no a la realidad”.
El estereotipo, agrega Valenzuela, “presenta una parte de la realidad como si ella constituyera la realidad. Los elementos importantes en la validación del estereotipo son la anécdota y la hipostatización de rasgos aislados irrelevantes o no representativos, considerados como si fueran aspectos determinantes en la definición del grupo estereotipado”(2).
La discriminación, de acuerdo con la Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación, se define como: “toda distinción, exclusión o restricción que, basada en el origen étnico o nacional, sexo, edad, discapacidad, condición social o económica, condiciones de salud, embarazo, lengua, religión, opiniones, preferencias sexuales, estado civil o cualquier otra, tenga por efecto impedir o anular el reconocimiento o el ejercicio de los derechos y la igualdad real de oportunidades de las personas”.
“También se entenderá como discriminación –agrega la ley– la xenofobia y el antisemitismo en cualquiera de sus manifestaciones”(3).
La categoría de “raza humana” no sólo permeó la naciente investigación científico-social del siglo XIX, sino que inclusive traspasó ese ámbito intelectual para invadir el sentido común de la vida moderna y, con ello, generó distintos tipos de rasgos discriminatorios y sus procesos.
En la definición del pensador tunecino Albert Memmi, el racismo es: “un concepto de afirmación negativa de una identidad colectiva. El racismo conjura el miedo que provoca el otro, uno se afirma en la propia valía en detrimento del otro […] El racismo cumple la función de mecanismo psicológico de diferenciación, de distanciamiento, con lo que se disculpan eventuales agresiones, se justifican privilegios obtenidos por unos cuantos y se trivializan la falta de oportunidades y marginación de los demás” (4).
Ahora bien, las distintas formas de discriminación, regresando a la amplitud óptica propia del término, implican no sólo posicionamientos étnicos y culturales, sino también políticos y de clase. Cotidianamente, se expresan en la sutileza que conceden el habla regional, las frases, los medios de comunicación y los discursos del poder.
El concepto básico de los Fundamentos de una teoría de la violencia simbólica(5), de Bourdieu y Passeron, es el de arbitrariedad cultural. Consideran los autores que:
"... La selección de significados que define objetivamente la cultura de un grupo o de una clase como sistema simbólico es arbitraria en tanto que la estructura y las funciones de esta cultura no pueden deducirse de ningún principio universal, físico, biológico o espiritual, puesto que no están unidas por ningún tipo de relación interna a la 'naturaleza de las cosas' o a una 'naturaleza humana' "(6).
Para Bourdieu y Passeron, este rasgo del poder se efectúa mediante la violencia simbólica, definida como "la imposición, por un poder arbitrario, de una arbitrariedad cultural"(7).
Pero, aclaran los autores, no toda cultura engendra una violencia simbólica; ésta se da sólo cuando las pautas de una cultura son impuestas a otra por un poder arbitrario, es decir, por una autoridad resultante de la pugna entre las fuerzas sociales, un poder no establecido por inmanencia a la vida.
La identidad cultural debe concebirse más allá de la visión culturalista y contemplativa que la supone específicamente en el plano comunitario. El proceso cultural de la construcción identitaria se enlaza con la edificación del poder, y viceversa: el poder requiere de las estructuras mentales que los procesos culturales le proveen; costumbres, tradiciones, valores y gustos suelen ser dominantes en una cultura regional, por encima de las diferencias de clase.

Fases históricas del racismo en Sonora
Señalaba inicialmente que se suele discutir acerca de los supuestos motivos del racismo local. Un adecuado análisis debe partir de la consideración de los victimarios, más que de la constatación de la veracidad y autenticidad de los fundamentos discriminatorios.
Para ello, es necesario identificar el proceso etnohistórico de la región. De esta forma, es posible establecer fases históricas en el proceso de generación y vulgarización del racismo en Sonora: 1) etapa de fundación racial del sonorense mestizo (que comprendería del siglo XVIII al Porfiriato); 2) el periodo pos-revolucionario (caracterizado paradójicamente por la etnofagia –exaltación de los originarios– en la imagen urbana y en los discursos, y el etnocidio de las poblaciones china, yoeme o yaqui y comcáac o seri); y 3) el periodo de reificación racial de la modernidad.
Fue en la etapa urbana en consolidación de las décadas de 1970 y 1980 que la pretendida condición racial sonorense se manifestó como inmanente al desierto de Sonora. Como expresión de la modernidad que se instalaba en las localidades urbanas de Sonora, a partir de la llegada de las discoteques, la radio de Frecuencia Modulada, las hamburguesas y el "Hermosillo Flash" –un tablero noticioso como los que desde décadas atrás existían en otras ciudades mexicanas y estadounidenses–, el poder identitario asume un discurso que distingue entre una cultura sonorense y una condición cultural y biológica “guacha”.
Apareció una campaña civil racista, que imperativamente se leía en bardas con la leyenda: “Haz patria, mata un chilango”, o bien “…un guacho”. Recorriendo las disímbolas aristas que intervienen en la edificación de todo poder simbólico, el antiguachismo sonorense ocupó los medios de comunicación, tanto en el tratamiento noticioso como en la publicidad. Así, la joyería El Presidente mediante anuncio en el periódico local El Imparcial decía:
“¡A LOS GUACHOS NO NOS QUIEREN! [con destacada tipografía para la frase]Por eso Joyería El Presidente se retira de Sonora 50% DE DESCUENTO EN TODA SU MERCANCÍA”(8).


Cuestionando a la cultura "echá’ pa’delante"
Tres décadas después, el sentido de ese discurso, en el ámbito de los medios masivos de comunicación continúa, tanto en la publicidad como en el discurso político: ambos suponen, o quieren hacer creer, que existe efectivamente una condición genética-geográfica-cultural que es posible asir mediante la multicitada frase: “100% sonorense”. Este tipo de argumentos son el medio de una sociedad civil mestiza y urbana y de una autoridad que le confieren sentido a la vida social a partir de una identidad sonorense monolítica, que como toda arbitrariedad cultural propia del poder no se conforma con expresarse, sino supone el avasallamiento de la diversidad. De esta forma, la comunicación estatal se enfila por aquella añeja actitud discriminatoria sonorizada en algún momento por personajes como el locutor Fausto Soto Silva, pero institucionalizada en formas legitimadas como el nombramiento de dependencias: “Agua de Hermosillo para los Hermosillenses”, el establecimiento de la condición “sonorense” en el universo completo de la propaganda oficial, como cuando se dice “sonorense cumplido”, cuando el conjunto de la población funge en realidad como contribuyente, aún careciendo de tal condición.
El escenario resultante, del proceso etnohistórico y geográfico de Sonora reconstruido por Camou y Chávez Ortiz (9), es de utilidad para ubicar las regiones de la actual configuración espacial de Sonora: la llanura costera, la frontera, la sierra y el desierto. Sin embargo, sobre la regionalización señalada se deben advertir recientes parámetros económicos, advirtiendo la participación local en la dinámica de la globalización. También es necesario señalar que tal regionalización reviste la pluralidad social que distingue a Sonora en el norte de México como el estado con mayor pluralidad cultural; el análisis nos permite pasar del ámbito territorial al de la producción social del espacio, permitiéndonos encontrar culturas regionales, y no únicamente regiones. Respecto a los pueblos originarios, si bien resulta imposible identificar culturas homogéneas (no existen regiones, es decir determinaciones étnicas con base económica y política), en algunas regiones sí es viable considerar territorialidades tradicionales.(10)

El poder identitario ante el reto de la interculturalidad
Una acepción fincada en una apreciación estética de la palabra, es decir, una percepción de sentido común, establece el multiculturalismo como un estado de armonía cultural que caracteriza a la sociedad actual y que, además, la considera susceptible de destacarse mediáticamente con fines turísticos, educativos, y hasta políticos.
Sin embargo, la multiculturalidad, innegable rasgo tanto histórico como contemporáneo de Sonora, constituye una condición inherente a la diversidad cultural en toda latitud del orbe, con mayor o menor medida; la multiculturalidad representa una propiedad de la relación territorio-sociedad humana, puesto que indica la coincidencia espacial de múltiples culturas, más no es una virtud por sí misma. La interculturalidad constituye efectivamente una condición virtuosa en las relaciones sociales, al caracterizarse por la valoración y el respeto entre los miembros de distintas culturas, que colectivamente se han asentado y han permanecido en un mismo entorno socioambiental o en estrecha colindancia territorial.
En Sonora habitan alrededor de treinta etnias entre originarias y foráneas, y se hablan más de cuarenta lenguas entre “indígenas” e idiomas nacionales, pero el marco normativo se eclipsa por las estrategias del racismo criollo y el velo de la violencia simbólica. El poder identitario convierte en palabras huecas aquella máxima que hacia la Serie del Caribe de 1986 promovió a Hermosillo como "capital de la amistad", justo en la época en que dejó nuestro mundo, o fue echado de nuestro mundo, el niño Juan Israel Bucio Venegas.

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1 Periodista digital, “¿Sonora libre de guachos?” (2008), Efrén Mayorga (ed.), Periodista digital, http://blogs.periodistadigital.com/hermosillo.php/2008/06/16/p172405,  16 de junio (consultado en 18 de febrero de 2013).
2 José Manuel Valenzuela Arce (1998), El color de las sombras. Chicanos, identidad y racismo. Tijuana, El Colegio de la Frontera Norte/Plaza y Valdés/Universidad Iberoamericana, pp 297-298.
3 Cámara de Diputados del H. Congreso de la Unión, Ley Federal para Prevenir y Eliminar la Discriminación. Diario Oficial de la Federación, 11 de junio de 2003.
4 Albert Memmi (1982). Rassismus. Hamburg, p. 151. Citado en Jorge Gómez Izquierdo (2006), “Los caminos del racismo en México”, en Gerardo Reyes Guzmán, Ma. Eugenia Sánchez Díaz de Rivera, Jorge Gómez Izquierdo y Oscar Soto Badillo, Identidad, globalización y exclusión, Puebla, Universidad Iberoamericana Puebla, pp. 42-43.
5 Fundamentos... constituye el Libro 1 de: Bourdieu, Pierre y Jean-Claude Passeron, La reproducción. Elementos para una teoría del sistema de enseñanza. Editorial Laia, Barcelona, 1981 (1a. edición: 1970).
6 Ibid., p. 48.
7 Ibid., p. 45.
8 El Imparcial, sección C, 2 de abril de 1984, p. 4.
9 Ernesto Camou Healy y José Trinidad Chávez Ortiz, "Sonora y sus regiones: dialéctica de su desarrollo", en Memorias del XIII Simposio de historia y antropología de Sonora. Vol. II, Universidad de Sonora, Hermosillo 1989.
10 Tonatiuh Castro Silva, “La industria en la configuración espacial de las culturas sonorenses”, en Varios autores, La industria en la historia de Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C./Universidad de Sonora, Hermosillo, 2004.

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