El falso rostro de la modernidad tras el proyecto urbano capitalista en Hermosillo

Primera parte

Tonatiuh Castro Silva

Sin duda he empleado un nombramiento ambicioso, propio de una tesis o de un libro ampliamente documentado. Este es sólo un artículo de una bitácora electrónica, pero usar un título así es intencional; la idea del texto está sintetizada, y requiere de los siguientes párrafos únicamente para explicar y argumentar el por qué considerar románticos los proyectos urbanos gubernamentales/capitalistas en Sonora y, específicamente, en Hermosillo.
Desde el porfiriato se ha recurrido a términos como “moderno” y “modernización” para justificar todo tipo de cambios urbanos por parte de las autoridades y, en ocasiones, de sectores civiles. En el nombre de la modernidad, pretendiendo una imagen de mejoramiento de la infraestructura urbana, se han destruido obras y áreas de las ciudades, renunciando en realidad a un auténtico desarrollo económico y cultural, y quedándose justamente en ese plano de la imagen, de la apariencia. ¿Qué entiende la gente, el radioescucha, el televidente, el votante, cuando escucha el término “modernizar” inserto en el discurso gubernamental o empresarial?
El término modernizar, en la acción gubernamental, significa sincronizar las políticas públicas con las necesidades o requerimientos sociales; crear o adecuar las estrategias y recursos con base en la necesidad que dicta la realidad. Por lo tanto, la innovación por sí misma, la genialidad o lo contemporáneo, no sólo pueden ubicarse en una línea distinta a la modernización, sino inclusive pueden dirigirse a un destino opuesto. El fundamento de lo moderno es la funcionalidad. Se trata de corresponder a las demandas comunitarias, disponiendo la planeación del diseño de su atención desde una perspectiva especializada, que por esta circunstancia, tiende al diseño creativo y original, e interviniendo en la realidad social.
Los gobiernos sonorenses, en los ámbitos estatal y municipal, a lo largo de su historia, es decir, los siglos XIX y XX, y lo que transcurre del siglo XXI, han renunciado al aprovechamiento y a la explotación del patrimonio construido en sentido de desarrollo económico, turístico, educativo y recreativo.
Es una vergüenza que el único teatro que ha existido en la ciudad de Hermosillo, el Teatro Noriega, construido en 1868, haya sido derribado sin un motivo justificable, justamente un siglo después; actualmente es un estacionamiento que, inclusive, durante varios años estuvo cerrado. La falta de conocimiento ha provocado que lo que se posee socialmente no haya sido valorado, en varios sentidos: cultural, en lo económico, lo turístico, políticamente. Distintas etapas urbanas y obras merecen un examen, que atenderemos por separado en este blog.

Comentarios

arq kgb ha dicho que…
Me gusto su aportacion.

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