La refundación espacial

Territorialidad, urbanismo y arquitectura de la era revolucionaria en Sonora

Tonatiuh Castro Silva

Ponencia presentada el día 4 de diciembre de 2008 en el XXIV Congreso Internacional de Historia, organizado por la Facultad de Historia de la Universidad Autónoma de Sinaloa, realizado en la ciudad de Culiacán, Sinaloa, México.

Introducción

La configuración socioespacial de Sonora fue definida por una serie de procesos económicos, demográficos, culturales y políticos ligados con los periodos revolucionario y posrevolucionario.
Dos paradigmas acerca de este proceso dominan su estudio: la consideración de la arquitectura de una manera purista, según la cual su práctica lleva el sello de una manera uniforme en cada etapa histórica (lo que conlleva a pensar que la arquitectura realizada entre la década de 1910 y el inicio de la modernidad urbana es nacionalista)[1], y la que considera que la arquitectura debe definirse estrictamente por su denominación estilística (barrroca y no colonial, neoclásica y no porfirista, etc.).[2] Ambas visiones tienen sin embargo un factor común: la arquitectura como la categoría que da sentido a las etapas históricas.

Entre las décadas de 1910 y 1930, el grupo sonorense condujo el proceso revolucionario y posrevolucionario en la capital del país, y a la vez, ocurrió un proceso radical de reconfiguración socioespacial en Sonora, determinado por factores tanto políticos como económicos, aunque con posteriores implicaciones demográficas y culturales; en el área costera se consolidaron y/o surgieron las localidades que actualmente constituyen las principales ciudades del estado; por otra parte, debido a la crisis de la minería serrana, expresión de la crisis económica mundial, ocurrieron flujos migratorios de la sierra hacia las nacientes ciudades y los valles agrícolas. Además, respecto a los pueblos originarios ocurrió un proceso de parcial restitución territorial, comprendiendo para algunos la dotación ejidal y para otros le entrega de su territorio tradicional por decreto presidencial.
En este escenario de cambios territoriales y movilidad demográfica e intercultural, sucedieron transformaciones en las arquitecturas regionales, al margen de la indiferencia estatal respecto tanto al aspecto territorial, como urbano y arquitectónico. Fue hasta fines de la década de 1930 cuando el Estado concibió la necesidad de elaborar y ejecutar proyectos constructivos, y fue hasta la siguiente década cuando desplegó una estrategia que expresaba el discurso de la revolución tanto en la imagen urbana como en la de los asentamientos rurales.


De Pitíc a Hermosillo: la construcción de una ciudad

La cartografía colonial permite ubicar como una aldea prehispánica el asentamiento originario de lo que hoy es la ciudad de Hermosillo. En un mapa elaborado en el año de 1692 por el misionero Adán Gilg se identifica un asentamiento o’ob (pima) con el nombre de Pitiquín de Pimas Cocomacoques, en la confluencia de los ríos San Miguel y Sonora, en un área limítrofe entre el territorio de esta etnia y el de los comca’ac (seri). En 1700 la localidad fue renombrada como Santísima Trinidad del Pitiquín por Juan Bautista Escalante, alférez de la Compañía Volante de Sonora. Al poniente del antiguo asentamiento originario y al sur del río Sonora, en el año de 1741 se estableció el Real Presidio de San Pedro de la Conquista del Pitíc. Este emplazamiento militar se transformó en un asentamiento civil debido a que el gobernador Agustín de Vildósola creó su propia hacienda en las tierras colindantes al presidio, en el año de 1744. Vildósola fue destituido en 1748 por practicar el esclavismo con mano de obra de distintos pueblos originarios. Como parte de las reformas borbónicas, en consecuencia de esta situación irregular, el Presidio fue trasladado a San Miguel de Horcasitas. El asentamiento civil continuó existiendo, de tal forma que hacia 1772 se convirtió en el Cuartel y Misión del Pitíc. En esa década se dieron los primeros bautizos de la iglesia católica a españoles, así como a miembros de diversas etnias: pimas, yaquis, yumas, así como a las bandas que hoy fusionadas conocemos como comca’ac o seris: tiburones, guaymas y los llamados propiamente seris.
En el año de 1780 la misión se reorganizó como Real Presidio y Villa del Pitíc. Los registros parroquiales permiten advertir en esta época un aumentó considerable de las poblaciones pima, yaqui, seri y guayma. Cuatro años después del restablecimiento del presidio las autoridades realizaron el primer reparto de tierras, beneficiando principalmente a españoles, pero también a pimas y seris. La villa adquirió la categoría de ciudad en el año de 1828, así como cambió de nombre oficial, para honrar al insurgente José María González Hermosillo. Sin embargo, a pesar del nuevo rango, en términos territoriales y arquitectónicos el desarrollo de la nueva ciudad fue limitado en el siglo XIX. Las principales obras que renovaron su fisonomía fueron: Casino Gran Sociedad (1842), remodelación del centro de la ciudad (1854), trabajos iniciales de la Catedral (1861), Plaza Zaragoza (1865) y Teatro Noriega (1868). Estas obras no se basaron en un plan integral para la ciudad; se realizaron por iniciativas particulares, apoyadas sólo eventualmente por las autoridades.
Fueron justamente los gobiernos estatales (únicamente dos entre 1838 y 1876, con Manuel María Gándara e Ignacio Pesqueira), los que carecieron de interés en el desarrollo urbano y económico en general. Para la segunda mitad del siglo XIX esto era evidente; Hermosillo padecía de especulación inmobiliaria, casas abandonadas en la periferia, solares con "tapias ruinosas", malas cosechas de maíz, alza en los precios de trigo, frijol y otras semillas, reducida relación comercial con el exterior, y tiendas desiertas y con escasas existencias[3].


La modernidad porfirista

En el año de 1879 Hermosillo fue designado como capital de Sonora, y las elecciones favorecieron a Luis E. Torres, llevando al porfirismo al poder, donde se mantuvo hasta 1912, en cuanto al gobierno municipal de Hermosillo. En este periodo se promovió el desarrollo económico de ciertos sectores sociales y de determinadas localidades. Se puede considerar que el porfiriato constituyó un periodo urbano, con rasgos propios. Sin embargo, el urbanismo porfirista no se guió por un proyecto. La serie de grandiosas modificaciones obedeció más bien a una intención compartida por la élite, que ya refería a lo moderno, y que tuvo en el estilo neoclásico el lenguaje para expresarlo.
Un notable conjunto de obras transformaron la imagen urbana y la vida cotidiana de la capital de Sonora: Palacio de Gobierno (1882-1891), Banco Nacional de México (1888), alumbrado público (1897), Penitenciaría del Estado (1897-1908), Banco de Sonora (1898), Mercado Municipal (1898), Capilla del Carmen, una fachada más definida de la Catedral (1908), escuela Leona Vicario (1910), Jardín Hidalgo (1910), Palacio Federal (1911), parque Ramón Corral, hoteles, tranvía, colegios y mansiones.
Una obra que constituyó un trascendental factor de transformación territorial regional y urbano, y social a nivel local, fue el ferrocarril de Guaymas a Hermosillo, inaugurado en 1881. Su primera repercusión fue indudablemente económica, pero tuvo además un importante impacto social en la región central de Sonora en los primeros años y desencadenó el sentido del proceso de crecimiento urbano de Hermosillo. Aunque de una distancia relativamente corta, la ubicación y el status de ambas localidades permitieron ligar al puerto con el centro comercial, político y social del estado, permitiendo así el desarrollo de las actividades y relaciones comerciales, el turismo no solo extranjero sino también el intrarregional e inclusive internacional por parte de los residentes. En el ámbito local, el ferrocarril definió la especialidad hermosillense; la ubicación de la estación al norte de la ciudad, aceleró la tendencia de crecimiento del asentamiento en esa dirección. La vía se prolongó de Hermosillo a Nogales en 1882, y dos años después se unió al ferrocarril norteamericano.
Un aspecto importante en la conformación del Estado lo constituyó la labor arquitectónica referente a edificios públicos, principalmente la dedicada a crear las sedes locales del poder. En la mayor parte de los municipios se construyeron Palacios municipales, ya que los gobiernos locales carecían de sedes funcionalmente apropiadas y simbólicamente relevantes. Se crearon edificios de indiscutible trascendencia patrimonial, como los de Álamos, Magdalena y Cananea.
Además, se crearon edificios públicos importantes, como escuelas, penitenciarías y edificios gubernamentales. Escuelas de educación elemental o primaria de Hermosillo que mantienen relevancia educativa y urbana son el Colegio de Sonora (1889) y la escuela Leona Vicario (1910). Pero la labor fue mayor en realidad; un factor determinante en el rostro arquitectónico-educativo del porfiriato fue la construcción obligatoria de escuelas, establecida por el reglamento de la Ley de educación primaria del Estado de Sonora de 1910, que dispuso que las escuelas oficiales contaran con edificios propios, y su breve levantamiento en “poblaciones que no tuvieran edificios propios para las escuelas”.[4] También se construyeron edificios de diverso uso gubernamental, como el Palacio Federal, ubicado en Hermosillo, cuya construcción inició cuando a nivel nacional ya había concluido el porfiriato. Resultaron relevantes y bastante difundidas como obras públicas las penitenciarías de Guaymas y Hermosillo
Fue durante este periodo, que en el país cobró importancia la intervención de la vía pública con la finalidad de mostrar la historia oficial. De esta forma, se erigieron los primeros monumentos en el país, así como otro tipo de obras para enmarcar este culto peculiar al pasado nacional.
Conforme se acercó la fecha del centenario de la independencia nacional, el gobierno federal convocó al festejo del centenario del hecho histórico, mediante concursos literarios y plásticos sobre el tema. En Hermosillo tuvo lugar también esta campaña de festejos, no sólo debido a la convocatoria gubernamental, sino además por iniciativa ciudadana.
El Ayuntamiento de Hermosillo creó el Jardín Hidalgo, que fue inaugurado el 15 de septiembre de 1910 por el presidente de la ciudad, Guillermo Arriola. Posteriormente se formó el Comité de Suscripción Popular Pro-Monumento del Padre Miguel Hidalgo, con el objetivo de completar el conjunto del Jardín Hidalgo. A inicios de 1911 se importó de Carrara, Italia, una columna de mármol blanco y su base para levantar el monumento, que se instaló en el Parque Centenario por indicación del gobernador Luis E. Torres, pero que finalmente se colocó en el sitio que la iniciativa ciudadana designaba desde el origen; en 1912, se instaló en el Jardín Hidalgo, por orden del alcalde José Camou Camou.
Así como en los más importantes centros urbanos del país, en esta época la arquitectura de las distintas regiones de Sonora adoptó igualmente el estilo neoclásico o “afrancesado”, aunque con obras que interpretaron y ejecutaron el orden de manera por lo general sobria, tanto en los edificios públicos, como en las mansiones y casas populares; tanto en las ciudades como en las localidades rurales.
Los rasgos de este orden en Sonora no son los que típicamente lo definen. En general, en Sonora ocurrió una resistencia a los cambios espaciales que implicaba el neoclásico, en el sentido del surgimiento o reforzamiento de la vida privada, y tuvo lugar una adaptación del estilo a los materiales disponibles y convenientes en la construcción.


El maximato sonorense: la refundación espacial

Para los gobiernos revolucionarios sonorenses, que arribaron al poder local en 1912, y hasta el de Fausto Topete Almada (concluido en 1929), el desarrollo urbano no constituía un problema, no representaba una materia que ocupara un sitio prioritario en la agenda gubernamental. Hermosillo creció desordenadamente, repitiendo hasta donde era posible el patrón de vialidades y manzanas del centro de la ciudad. Si bien se superó la configuración caótica que refieren las crónicas del siglo XIX, distaba de tener una imagen urbana, clasificable como tal, y en lo político expresaba, a pesar de la contribución de la facción sonorense a la consolidación institucional de la Revolución, un carácter sumamente endeble del Estado. Además, existía una tensa situación intercultural; tanto para los gobiernos local y estatal, como para la población mestiza, yaquis y chinos eran poblaciones indeseables. En 1928 se despojó a los yaquis -asentados en la ciudad desde la década de 1740-, del barrio El Mariachi, su asentamiento tradicional, para entregarlo a vecinos mestizos de la ciudad. Posteriormente, en cuanto a la población china, que dominaba el comercio local, se realizó una campaña de exterminio y expulsión promovida por el propio estado.Ante la carencia de un proyecto urbano, así como debido al estancamiento económico, la imagen urbana se componía por los edificios del periodo porfirista, y por los elementos que la modernidad mundial importada ofrecía: los primeros automóviles, postes y cableado de alumbrado público y teléfono, etc. En cuanto a la arquitectura, la única obra importante fue el Centro Escolar "Cruz Gálvez", construido por el gobernador Plutarco Elías Calles entre 1915 y 1919. Su realización superó anteriores proyectos y programas revolucionarios, que iniciaron y fracasaron por falta de recursos, como el programa de escuelas para analfabetas, creado localmente por Ley en diciembre de 1911 e intentado en los siguientes dos años, y el programa de escuelas rudimentarias, dispuesto por la federación entre 1912 y 1913. La escuela para huérfanos superó también, a pesar de contar con excelentes instalaciones, a importantes escuelas de Sonora, como la Escuela Modelo de Sonora (para varones) y el Colegio de Niñas Leona Vicario, ambas ubicadas en Hermosillo, la escuela Fenochio, localizada en Magdalena o el Colegio para Varones, de Ures. Constituyó además la concreción de un ideal revolucionario expresado plenamente desde 1912, cuando el gobierno estatal solicitó a la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes planos para construir edificios escolares, para contrarrestar la existencia de los templos religiosos en todo el estado,[5] superando además el tipo de plantel al que se aspiraba en esa época.
La importancia del Centro Escolar "Cruz Gálvez", radica no sólo en su relevancia espacial y visual, ya que, aún continuando con el estilo neoclásico, pretendió una ruptura con el lenguaje estético del Porfiriato, al crear una edificación más ambiciosa que las de las escuelas porfiristas. Los elementos neoclásicos de los edificios educativos del porfiriato consistían en fachadas planas, en las que destacan los elementos distintivos del orden, en balaustradas, pilastras, arcos, etc. Con la finalidad de dar grandiosidad al nuevo paradigma educativo, se emula un frontón con columnas al frente, para establecer en la imagen urbana el ideal revolucionario: la escuela como manto protector de los huérfanos de la revolución, tomando además a la técnica como la forma de alimentar el futuro personal y colectivo, al comprender el plantel escolar talleres de carpintería, herrería, mecánica y costura, de entre otros oficios, así como fábrica de calzado y campos agrícolas, motivo principal de su ubicación en esta área, que en ese tiempo era externa al asentamiento.
Hacia la década de 1930, ocurrieron flujos migratorios de la sierra hacia las nacientes ciudades y los valles agrícolas. El abandono gradual y masivo de la sierra y la toma definitiva de la región costera central por los sonorenses mestizos se dio a partir del tránsito de la minería a la gran agricultura, determinado por la quiebra de la primera actividad, a raíz de la crisis mundial de 1929.
Entre este periodo y mediados del siglo XX, en el área costera se consolidaron las localidades que actualmente constituyen las principales ciudades de Sonora (Hermosillo y Guaymas), y surgieron algunas de las de mayor importancia (Cd. Obregón, Nogales y San Luis Río Colorado).
Como se mencionó anteriormente, los gobiernos locales promovieron entonces la agricultura de riego. Se crearon los ejidos, con implicaciones no solamente económicas y políticas, sino además culturales e interétnicas. Dos tipos de disposiciones estatales relacionaron la etnicidad con el factor territorial: por una parte, la creación de los ejidos comprendió a varios de los pueblos originarios: yoreme o mayos, comca’ac o seris, o’ob o pimas, kuapak o cucapá y, muy tardíamente, hacia la década de 1970, a los makurawe o guarijíos. Por otra parte, con implicaciones determinantes para la persistencia étnica, se restituyó gran parte de su territorio tradicional al pueblo yoeme o yaqui por parte del gobierno de Lázaro Cárdenas, y a los comca’ac en 1975 por el presidente de ese sexenio, Luis Echeverría Álvarez.
Fue hasta una vez determinado el sentido de la reconfiguración territorial de Sonora, hacia la década de 1930, cuando el Estado consideró la necesidad y conveniencia del despliegue de una estrategia urbanística y arquitectónica. A partir de la siguiente década y por los siguientes gobiernos esta estrategia tuvo su expresión en edificios públicos y escuelas, hospitales, sistemas viales y monumentalística, que expresaron el discurso de la revolución en la imagen urbana y en la de los asentamientos rurales.
El maximato sonorense, ocurrido entre 1929 y 1935, no elaboró un proyecto urbano, pero su estrategia de homogeneización cultural nacional, base de la Revolución Mexicana, y de refundación de la sociedad sonorense, implicó repercusiones en la imagen urbana de Hermosillo. Si bien desde 1929, con el arribo de Francisco S. Elías al gobierno estatal, se aplicaron localmente los principios del maximato, fue con el hijo de don Plutarco, a partir de 1931, cuando se llevaron a cabo con mayor energía sus políticas antichina, antirreligiosa, antialcohólica, de educación “socialista” y corporativista.
Impulsados por el gobernador Rodolfo Elías Calles, obreros y campesinos agrupados tomaron más de cuarenta templos y los convirtieron en oficinas de sus organizaciones y del PNR, y en centros culturales. El PNR, además, organizó los "domingos culturales", donde se conferenciaba sobre la obra revolucionaria.
En los aspectos urbanos y arquitectónicos el maximato reafirmó la importancia que tenía la ruta denominada “camino de paso”, que permitía cruzar la ciudad de sur a norte o viceversa. Sobre este eje, conformado por las actuales calles Rosales sur, Pino Suárez, Serdán, Jesús García, Revolución y Morelia, tuvo lugar su acción constructiva, aprovechando su relevancia espacial, ya que este fue el primer régimen que vislumbró y desarrollo el concepto de la propaganda, y que concibió al urbanismo y a la arquitectura como sus principales instrumentos. En este sentido, la primera acción contundente del maximato fue la remodelación del porfirista Palacio Federal, que perdió así su estilo neoclásico y se transformó en la máxima expresión del art decó por parte del Estado, renombrado además como “Oficinas federales”. Después se reformaron la entonces llamada Calzada Rosales (hoy Jesús García) y el Parque Madero, donde se mandó construir un monumento al héroe de Nacozari, Jesús García Corona, con el mismo estilo del edificio federal. El encargado de diseñar el monumento fue Fermín Revueltas. Los bajorrelieves fueron obra de Ignacio Asúnsolo. Además se remodelaron el parque El Centenario, el parque Leona Vicario y el parque 16 de Septiembre, y se pavimentaron 20,000 metros cuadrados en calles. Se puede considerar de gran magnitud este conjunto de obras, tomando en cuenta que hacia el año de 1930 la población hermosillense era de 19,959 personas.
Otra obra importante fue la remodelación de la escuela "Cruz Gálvez" que, como ya se mencionó, fue construida por Elías Calles durante su gubernatura, en la década de 1910. La Cruz Gálvez renovada, con talleres de imprenta, carpintería, mecánica y fundición, que en un principio atendió aproximadamente a 600 estudiantes, pretendió entonces ser un centro masivo “donde tuvieran cabida todos los niños de esta Capital”.[6]
Entre 1933 y 1934 se construyó al oriente del parque Madero la "Casa del Pueblo", como sede del partido gobernante, el PNR. El conjunto comprendía oficinas, canchas de tenis, frontenis, albercas, juegos infantiles, ring de box, estadio de beisbol (posteriormente nombrado "Fernando M. Ortiz") y auditorio (cuyos vitrales fueron diseñados por Revueltas). Su construcción ocupó el 57% del presupuesto total destinado a construcción y mantenimiento de edificios públicos en Sonora en ese periodo, teniendo un costo de $108,247.95.
Aún después del maximato, la Casa del pueblo fue estancia del PRM y del PRI. El estadio del conjunto continuó siendo el sitio ideal para actos políticos masivos; allí ocurrieron: toma de protesta de Yocupicio como gobernador de Sonora; la convención que lanzó al General Macías como candidato a gobernador; la recepción de Abelardo Rodríguez al llegar a Sonora para asumir la candidatura al gobierno estatal; la organización de grupos para agredir a los partidarios del candidato opositor Jacinto López en 1949; toma de protesta de Luis Encinas como candidato a gobernador, y recibimientos de Ávila Camacho y de Díaz Ordaz en sus respectivas compañas como candidatos a la presidencia del país.[7]
La actividad urbanística y arquitectónica estatal tuvo su contraparte en la arquitectura habitacional, caracterizada básicamente por dos abrevaderos: el art decó y el estilo “californiano” o spanish revival. Este segundo orden fue considerado como aquél que permitía impulsar los ideales revolucionarios; nombrado “colonial” se erigió por todo México como un estilo claramente diferenciado del neoclásico. Tras el porfiriato, se dio un retorno a la mexicanidad independentista, ese proceso identitario ocurrido a fines de la colonia, que en las distintas regiones de los virreinatos en lo arquitectónico poseía estilos criollos, que comprendían predominantemente rasgos del área rural de la península ibérica pero, además, elementos vernáculos. Aún después de mediados del siglo XX, varios estilos se implementaron tardíamente en Sonora, tales como el art decó y el movimiento moderno, por lo que se fusionaron o, al menos, aportaron elementos disímbolos a los estilos predominantes en las fachadas, por lo general el californiano.
Se debe considerar que cuando se refiere a los estilos de una época, en realidad se hace referencia a un conjunto de obras limitado respecto al espectro construido de una localidad; hay obras preexistentes o, inclusive novedosas pero de un aspecto diferente. De igual manera, el californiano fue un estilo limitado, en comparación con el neoclásico, que tuvo un fuerte impacto que se puede observar aún en la sierra sonorense. Este hecho conlleva a otra observación, más que arquitectónica, de tipo territorial regional; la persistencia de los estilos del pasado, así como la aparición y el dominio de nuevos órdenes, es consecuencia de los procesos económicos intrarregionales, interestatales o internacionales. En Sonora, en la región serrana permanece en mayor cantidad las edificaciones del periodo del porfiriato, y por lo tanto las de estilo neoclásico, debido al predominio de las actividades del área costera a partir de la década de 1940. La persistencia del neoclásico es pues evidencia del estancamiento de la sierra sonorense, lo cual es refrendado por la condiciones de deterioro que tienen estas edificaciones.


La modernidad cívica y urbana

Las bases del proyecto moderno de ciudad para Hermosillo fueron establecidas en el año de 1938 por el gobernador Román Yocupicio; el titular del ejecutivo estatal decretó la creación de la Universidad de Sonora y definió su ubicación, anticipando así el establecimiento del conjunto universitario, que constituye hasta la actualidad el nodo de la ciudad. El incipiente proyecto de Yocupicio, planteado en el aspecto técnico por el ingeniero Arturo Medina Luna, fue iniciado por la administración estatal de Anselmo Macías (1939-1943). No obstante, se debe considerar que el desarrollo del proyecto urbano del siglo XX fue posible por la actuación del ex-presidente al mando del gobierno sonorense, Gral. Abelardo L. Rodríguez (1943-1948). Su ejecución tomó forma real con la labor de los arquitectos Leopoldo Palafox y Felipe Ortega. De este periodo, y del correspondiente al gobernador Horacio Sobarzo (1948-1949), destacan las siguientes obras construidas en Hermosillo: Edificio Museo y Biblioteca de Sonora, colonia Pitíc, cines Nacional y Sonora, Plaza 10 de Mayo, Palacio Municipal y presa Abelardo L. Rodríguez, entre otras. La visión y actuación del Gral. Abelardo L. Rodríguez fue fundamental, ya que las obras de su periodo no pretendían únicamente darle un estilo a una ciudad, o solamente crear la imagen adecuada para la propaganda estatal, sino, prácticamente, crear una ciudad; Hermosillo en esa época tenía una población de 18,601 personas hacia 1940, es decir, menor a la de diez años atrás; carecía de carreteras para acceder y de pavimentación en la mayor parte de sus calles, lo cual era el rasgo distintivo de Sonora; en el estado existían únicamente dos carreteras, las de Navojoa-Huatabampo y Sonoyta-Puerto Peñasco; el resto de las localidades estaban comunicadas por caminos de terracería, incluyendo a la capital. No había puentes ni alcantarillas, de tal forma que las lluvias y corrientes impedían el traslado en varias temporadas del año, y el ferrocarril y las diligencias eran los únicos transportes locales, junto al avión procedente de la Ciudad de México con destino a Los Ángeles, con capacidad para 21 pasajeros.[8]
La cuadrícula casi regular de Hermosillo se alteró con la finalidad de crear un sistema vial panóptico, en el cual el conjunto universitario constituiría el centro. Primeramente se construyó el bulevar Rodríguez (1950), que se prolongó como bulevar Kino durante esa misma década, en varias etapas. El bulevar Rodríguez se construyó atravesando necesariamente las cuadras preexistentes, y creando pares de cuchillas en cada cuadra y/o desapareciendo cientos de casas-habitación. En 1964 se construyó el bulevar transversal Luis Encinas Johnson, segundo bulevar con el mismo sistema socioespacial, atravesando igualmente la configuración de las cuadras cuyo ordenamiento provenía de los siglos anteriores. Más que consistir en una medida inevitable, la imposición de las nuevas rúas fue plenamente planeado.


El edificio Museo y Biblioteca, que no se contemplaba en el proyecto original del conjunto universitario, concilió los bulevares panópticos, contrapuestos al dirigirse de sur a noreste uno (Rodríguez) y de sureste a noroeste el otro (Encinas).
De acuerdo con Eloy Méndez, el edificio se inspiró en la arquitectura gigantista de los estados totalitarios europeos. Considera el autor que se pueden establecer analogías de esta obra con el edificio nazi del Zeppelinfeld (Nuremberg, 1934), el Foro Mussolini (Roma, 1933), el Palacio de la Civilización Italiana (Roma, 1942) y el franquista paraninfo de la Ciudad Universitaria de Madrid (1943).[9]
La actividad arquitectónica y social en este campo de la educación fue importante para los gobiernos pos-revolucionarios, y se expresó en distintas localidades de Sonora. El arquitecto Gustavo F. Aguilar, dirigió inicialmente esta labor para el gobierno estatal a partir de 1943, y continuó posteriormente esta tarea en la región con el CAPFCE.[10] Si bien no se pretendieron edificaciones como las del conjunto universitario, la dimensiones de varias escuelas de distintas localidades manifiestan el deseo de transmisión del mensaje del cumplimiento de la promesa educativa de la revolución, y el sentido socialmente refundacional de la institución educativa; la recurrencia a las escalinatas evocaba de igual forma el acceso a un templo laico, evocación que inspiró en los primeros años de reconstrucción nacional a Elías Calles y a Vasconcelos.
El movimiento moderno fue un orden tan profuso como el afrancesado; tanto la arquitectura pública como la privada fueron seducidas por esta corriente que no sólo edificó, sino que en muchos casos transformó las fachadas del pasado. Cabe la observación que al desarrollarse en áreas distintas del neoclásico, permitió la persistencia de ese estilo en las regiones no comprendidas en el proceso de desarrollo económico y urbano.
La estructura del proyecto moderno fue desarrollada por las administraciones estatales de Ignacio Soto (1949-1955), Álvaro Obregón Tapia (1955-1961) y Luis Encinas Johnson (1961-1967). Obras representativas de estos periodos, son: el Auditorio Cívico del Estado, Gimnasio del Estado, edificio del ISSSTESON, bulevar Francisco Serna, Periférico, bulevar Constitución (actualmente nombrado Morelos), bulevar Transversal Luis Encinas, paso a desnivel de éste último bulevar hacia la calle Veracruz, ampliación de la calle Rosales y la vialidad de acceso al Cerro de la Campana. También se buscó articular a Villa de Seris con la ciudad. Esta unión fue posible con el bulevar Agustín de Vildósola y con la prolongación de Rosales hasta éste.
El régimen retomó el ejercicio político-urbano de la erección monumentalística, y le dio un impulso contundente. Los monumentos de Sonora, en su mayoría, fueron instalados como parte del proyecto moderno; en Hermosillo: Benito Juárez, Juan Bautista de Anza, Eusebio Francisco Kino, Adolfo de la Huerta, Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Abelardo L. Rodríguez, A los Tres Pueblos, entre otros. Por otra parte, fuera de la arquitectura estatal, en la habitacional también ocurrieron importantes transformaciones. El modernismo modificó hasta donde fue posible los espacios domésticos: las nuevas construcciones ya no contemplaron patios centrales, las plantas incluyeron salas y estancias, porches, pasillos laterales. Al interior, los espacios se redujeron: dimensiones de cuartos y altura de las techumbres. Inclusive las viejas casas se modificaron al menos en sus fachadas.
Un tipo de habitación y constituyente de área urbana a la vez, espacio doméstico y arquitectura estatal de manera simultánea, es la casa de los conjuntos multifamiliares. Hacia la década de 1960, pero principalmente en las de 1970 y 1980 se hizo visible en áreas amplias de Hermosillo esta modalidad con las “colonias”, o áreas fraccionadas de INFONAVIT y FOVISSSTE. De la primera dependencia se crearon Los Naranjos al oriente de Hermosillo, Las Granjas al poniente y Nuevo Hermosillo como un área suburbana al sureste de la ciudad. De la segunda la Colonia Issste al norte de Hermosillo, y Colonia Fovissste, al poniente. Los multifamiliares se construyeron también en localidades importantes de Sonora, como Ciudad Obregón, Navojoa, Huatabampo y San Luis Río Colorado.


Comentario final

El agotamiento del proyecto modernizador ocurrió durante la década de 1970. La planeación concebida para una población de 20,000 habitantes fue insuficiente para la población de 1970, que llegó a los 176,596 habitantes. El sistema vial, las obras públicas y arquitectura estatal y civil, funcionan sobre la configuración del periodo de la modernidad de las décadas de 1940 a los años de 1960, por lo que es evidente la falta de operatividad y el agotamiento del proyecto original. No obstante, se insiste sobre el mismo, se pretende su expansión como estrategia de adecuación a las necesidades contemporáneas, sino lograr racionalizar eficientemente las soluciones, y sin contribuir en realidad a la vieja estrategia de refundación social.


BIBLIOGRAFÍA

Aguilar, Gustavo F., “Sesenta años de construcción en Sonora” en Cesar Armando Quijada López y Adolfo García Robles (coords.), De tierra, cal y canto. Estudio histórico de la construcción en Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C., Hermosillo, 2007.

Almada Bay, Ignacio, La conexión Yocupicio. Soberanía estatal, tradición cívico-liberal y resistencia al reemplazo de las lealtades en Sonora, 1913-1939, tesis de Doctorado en historia, El Colegio de México, México, 1993.

Aragón Pérez, Ricardo (comp.), Historia de la educación en Sonora. Tomo 3, Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del Estado de Sonora, Hermosillo, 2003.

-----------------, Historia de la educación en Sonora. Tomo 2, Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del Estado de Sonora, Hermosillo, 2003.

Camou Healy, Ernesto y José Trinidad Chávez Ortiz, "Sonora y sus regiones: dialéctica de su desarrollo", en Memorias del XIII Simposio de historia y antropología de Sonora. Vol. II, Universidad de Sonora, Hermosillo, 1989.

Castro Silva, Tonatiuh, "Transfiguraciones del desierto. Tradición y renovación en los espacios habitacionales", en Cesar Armando Quijada López y Adolfo García Robles (coords.), De tierra, cal y canto. Estudio histórico de la construcción en Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C., Hermosillo, 2007.

---------------- "La industria en la configuración espacial de las culturas sonorenses", en Varios autores, La industria en la historia de Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C./Universidad de Sonora, Hermosillo, 2004.

---------------- Hermosillo. Boceto de su historia urbana, Dirección General de Culturas Populares, Unidad Regional Sonora/Fundación Ganfer, A.C., Hermosillo, 2003.

---------------- “Imágenes urbanas del nacionalismo en Hermosillo” en Memoria del XXIV Simposio de Historia y Antropología de Sonora, Universidad de Sonora, Hermosillo, 1999.

---------------- Espacio, poder y cultura. Panopticismo y monumentos de Hermosillo, tesis de maestría en ciencias sociales, El Colegio de Sonora, Hermosillo, 1997.

Méndez Sáinz, Eloy, Arquitectura nacionalista. El proyecto de la Revolución Mexicana en el Noroeste (1915-1962), Plaza y Valdés/El Colegio de Sonora/Universidad de Sonora/Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2004.

------------------- Arquitectura y ciudades fronterizas, Universidad de Sonora, Hermosillo, 2002.

------------------ Hermosillo en el siglo XX. Urbanismos incompletos y arquitecturas emblemáticas, El Colegio de Sonora, Hermosillo, 2000.

----------------- Una modernidad edificada. La arquitectura de Felipe Ortega en Sonora, El Colegio de Sonora/Universidad de Sonora, Hermosillo, 1996.

------------------ "Formación de una ciudad región. De la modernización prolongada a la modernidad tardía de Hermosillo", Revista de El Colegio de Sonora, núm. 9, Hermosillo, 1995.

------------------ "Política urbana y arquitectura. Hermosillo, década de 1940", Revista de El Colegio de Sonora, 1992, núm. 4.

Mendivil, Joseabran, Nacimiento, vida y muerte de la Casa del Pueblo (1934-1972), Publicidad Mendivil Hermosillo, 1972.

Ortega Noriega, Sergio, Un ensayo de historia regional. El noroeste de México. 1530-1880, UNAM, México, 1993.

Radding, Cynthia, "El espacio sonorense y la periodificación de las historias municipales", en Memoria del VIII Simposio de historia y antropología de Sonora, Universidad de Sonora, Hermosillo, 1984.

------------ "Población, tierra y la persistencia de comunidad en la provincia de Sonora, 1750-1880", Historia mexicana, abril-junio, 1992, vol. XLI, núm. 4, El Colegio de México.

Ramírez, José Carlos, Hipótesis sobre la historia económica y demográfica de Sonora en la era contemporánea del capital (1930-1990), Serie Cuadernos de trabajo, El Colegio de Sonora, Hermosillo, 1991.

Uribe García, Jesús Félix, De las calles y plazas del viejo Hermosillo, Publicaciones La Diligencia, Hermosillo, 2007.

---------------- Hermosillo. Vivencias y recuerdos, Publicaciones La Diligencia, Hermosillo, 1991.

---------------- Breve historia urbana de Hermosillo, Sociedad Sonorense de Historia, Hermosillo, 1987.

Vázquez Ruiz, Miguel Ángel, "La industria en Sonora: un análisis retrospectivo", en Miguel Ángel Vázquez Ruiz (coord.), Economía sonorense más allá de los valles, Universidad de Sonora, Hermosillo, 1991.



[1] Eloy Méndez Sáinz, Arquitectura nacionalista. El proyecto de la Revolución Mexicana en el Noroeste (1915-1962), Plaza y Valdés/El Colegio de Sonora/Universidad de Sonora/Universidad Autónoma de Sinaloa, México, 2004; Eloy Méndez Sáinz, Hermosillo en el siglo XX. Urbanismos incompletos y arquitecturas emblemáticas, El Colegio de Sonora, Hermosillo, 2000.
[2] Jesús Félix Uribe García, “Influencias románicas en la arquitectura religiosa de Sonora”, ponencia presentada en el VI Foro de las Misiones del Noroeste de México, organizado por el Instituto Sonorense de Cultura, realizado en la Sociedad Sonorense de Historia, Hermosillo, 13 de noviembre de 2008; Jesús Félix Uribe García, Breve historia urbana de Hermosillo, Sociedad Sonorense de Historia, Hermosillo, 1987.
[3] La nueva era, 23 de junio de 1878, Hermosillo, en Uribe, Jesús Félix, Hermosillo. Vivencias y recuerdos, Publicaciones La Diligencia, Hermosillo, 1991, pp. 17-18.
[4] Aragón Pérez, Ricardo, Historia de la educación en Sonora. Tomo 2, Secretaría de Educación y Cultura del Gobierno del Estado de Sonora, Hermosillo, 2003.
[5] Ibid., p. 98.
[6] Fragmento de discurso del profr. Fernando f. Dvorak, Director General de Educación en Sonora, incluido en Sonora. La labor de organización económica y social en el Estado de Sonora en 1933. Discursos, Imprenta “Cruz Gálvez”, Hermosillo, citado en Ignacio Almada Bay, La conexión Yocupicio. Soberanía estatal, tradición cívico-liberal y resistencia al reemplazo de las lealtades en Sonora, 1913-1939, tesis de Doctorado en historia, El Colegio de México, México, 1993.
[7] Joseabran Mendivil, Nacimiento, vida y muerte de la Casa del Pueblo (1934-1972), Publicidad Mendivil Hermosillo, 1972, p. 7.
[8] Gustavo F. Aguilar, “Sesenta años de construcción en Sonora” en Cesar Armando Quijada López y Adolfo García Robles (coords.), De tierra, cal y canto. Estudio histórico de la construcción en Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C., Hermosillo, 2007, p. 313.
[9] Méndez Sáinz, Eloy, “Política urbana y arquitectura. Hermosillo, década de 1940”, Revista de El Colegio de Sonora, núm. 4, Hermosillo, 1992.
[10] Aguilar, Op. Cit., p. 314-317.

Comentarios

Entradas populares de este blog

La diversidad cultural del noroeste de México

Juramento yaqui

Transfiguraciones del desierto