Transfiguraciones del desierto

Tradición y renovación en los espacios habitacionales
(Parte III y última)

Tonatiuh Castro Silva

Persistencia étnica y modernidad espacial

Fue durante el siglo XIX que se conformó un sector autodenominado "sonorenses", el cuál fue resultado de un proceso demográfico conformado por flujos migratorios de diversos orígenes continentales, así como de una autopercepción identitaria basada en la modernidad cívica. En el aspecto espacial y económico, ésta creciente población, descendiente de criollos, españoles y ópatas, se enfiló hacia la costa y explotó el comercio, surgiendo o desarrollando así los asentamientos que hasta nuestros días constituyen importantes localidades urbanas de Sonora, Hermosillo y Guaymas. Desde fines del siglo XVIII hasta el inicio del porfiriato, se dio la emergencia de un discurso regionalista basado en nuevas categorías para la época. A lo largo de este proceso el término "sonorenses" fue impreciso respecto a los habitantes criollos a que se refería (ya que en ciertos periodos, los actuales estados de Sonora y Sinaloa constituyeron un mismo territorio), pero en relación a la población originaria, tal parece que existió consenso en cuanto a su exclusión del sector referido como "sonorense".[1]

Según una crónica de la década de 1840, escrita por un comerciante español, describió a Hermosillo con construcciones “en amenaza”, o adosadas unas a otras, y con cierto estilo morisco o andaluz.[2]

Hacia el porfiriato, la arquitectura sonorense adoptó al igual que en los centros urbanos rectores la fisonomía neoclásica o “afrancesada”, pero en una versión más sobria, tanto en los edificios públicos, como en las mansiones y casas populares.

Los rasgos de este orden en Sonora no son exactamente los que lo definen. Básicamente, en Sonora ocurrió una resistencia a los cambios espaciales; el patio central no desapareció, lo cual fue un rasgo del neoclásico. Éste estilo invirtió las prioridades en el uso del espacio doméstico, expulsando del centro del hogar las actividades usuales de los patios centrales, y dando énfasis a la vida privada. Esto implicó la aparición de salas y estancias. Sin embargo, en Sonora el “afrancesado” se limitó a las fachadas, ya que tras de ellas continuó una vida cotidiana en la que los patios eran una prolongación de la vía pública. Otro rasgo espacial de esta misma naturaleza es la aparición de los pasillos laterales, para distanciarse de los vecinos, y el jardín frontal, para separarse del área de tránsito. En Sonora, si bien se construyeron casas con estos rasgos, no son las predominantemente características. En el aspecto constructivo, en Sonora las plantas se elevaron, pero con motivos estéticos, mientras que en la versión original la elevación se debió a los pisos de duela, y consecuentemente a la construcción de sótanos, los cuáles se advertían en la fachada por las ventanillas. Otro cambio notorio en Sonora fue el predominio en la parte superior de las fachadas, o techumbre en general, de cornisas y balaustradas, y la evasión de las techumbres de zinc, rasgo básico en las grandes ciudades, lo cual evidentemente se debió a las condiciones climáticas de Sonora.

El paulatino abandono de la sierra y la toma definitiva de la costa por los sonorenses se dio a partir del tránsito de la minería a la gran agricultura, determinado por la quiebra de la minería, a raíz de la crisis mundial de 1929. Los gobiernos locales recurrieron entonces a la agricultura de riego y Sonora se convulsionó con una serie de flujos migratorios y culturales.

Esta situación coincidió con la difusión del estilo “californiano” o “spanish revival”, el cual se asumió como un estilo que permitía reafirmar los ideales revolucionarios, ya que lo “colonial” apareció en México como un orden arquitectónico claramente diferenciado del neoclásico. Aunque el estilo art nouveau corresponde en México al periodo final del porfiriato, en Sonora se implementó tardíamente, coincidiendo así con su heredero, el art déco. De manera limitada, estos estilos se conjugaron siempre con el “californiano”.

La modernidad urbana de la década de 1940, lo fue también de los espacios habitacionales. Las tendencias funcionalistas abatieron la distribución espacial: desaparecieron los patios centrales, aparecieron salas y estancia, porches, pasillos laterales. Al interior, los espacios se redujeron en todos los planos: dimensiones de cuartos, y altura de las techumbres.

Aunque con antecedentes en el porfiriato, las áreas habitacionales conjuntas corresponden más bien a la segunda mitad del siglo XX. Inició esta modalidad con las “colonias”, o área fraccionadas y de generalización basada en tipos eclécticos, y tuvo su momento de saturación en las décadas de 1970 y 1980 con los multifamiliares de INFONAVIT y FOVISSSTE.

Pero, más allá de los aspectos estéticos, y enfocándonos al aspecto territorial, se puede considerar que el afrancesamiento sonorense es el indicador estético del fin de la espacialidad originaria. Fue en este periodo que se definió la segregación de las etnias persistentes en área definidas. En lo arquitectónico, el neoclásico y sus sucesores condenaron tanto a la clase popular, como a los pueblos originarios a las versiones humildes de las herencias europeas, con determinados elementos tradicionales.

Según Roberto de la Cerda Silva,[3] en la década de 1950 las viviendas de los cucapá tenían paredes de varas entrelazadas, de adobe o de madera y techos de hierba a dos aguas, de cartón o madera cubiertos con tierra o de pasto a cuatro aguas. Todas eran rectangulares, es decir, multifuncionales, con piso de tierra. Quienes vivían en casas de adobe usaban camas de madera o “tapextle” y quienes poseían los otros tipos de vivienda dormían sobre mantas o pieles de borrego. El mismo autor agrega que dentro de esas habitaciones rectangulares, que también servían como dormitorios y bodegas, había braseros de piedra y tierra, que como muebles poseían cajones y sillas, mientras que los utensilios de cocina eran los usuales en la ciudad.

En Pozas de Arvízu actualmente se encuentran tres tipos de vivienda: las que conservan limitadas características tradicionales (techo de diferentes tipos de rama y paredes de ramas y tierra), las que muestran una influencia sureña estadounidense (con predominio de la madera y techo de dos aguas) y las construidas con las formas y materiales de la vivienda humilde mexicana (block, ladrillo, cemento, lámina metálica o de cartón). Si bien en la casa “tipo americana” abunda la madera, en los otros dos casos también se utiliza este material. Una característica notoria en las viviendas cucapá son los parámetros del espacio de la cocina. Sin importar el material del que esté hecha la casa, la cocina generalmente se ubica aparte de las habitaciones, con grandes ventanas o al aire libre. Esta característica, que muestra una reminiscencia de la arquitectura tradicional, contrasta con la anterior integración de la cocina con los dormitorios, señalada por de la Cerda en los años cincuenta. El mobiliario no tiene características étnicas distintivas: camas, mesas, televisores, sillones, etcétera.

La comunidad cucapá de Pozas de Arvízu cuenta con servicios de energía eléctrica y agua entubada en los lotes familiares. El alumbrado público fue instalado entre 1999 y el año 2000. El agua proviene de un pozo instalado en el segundo semestre de 2003, y sustituyó al pozo original del ejido, el cual dejó de funcionar en el transcurso del año 2002, dejando así de abastecer a la comunidad durante casi un año; el suministro en este periodo estuvo a cargo de una pipa del Ayuntamiento de San Luis, que acudía una vez por semana. Existe servicio de transporte en camiones que parten de San Luis Río Colorado y recorren las carreteras rurales.

Hasta la primera mitad del siglo XX que los tohono o’otham aún continuaron viviendo en casas tradicionales. Relatan algunos adultos de Quitovac haber participado en la demolición de casas de piedra. Actualmente residen en 12 comunidades dispersas en el desierto. Los asentamientos cuentan con algunas casas dispersas que forman caseríos. La arquitectura es similar a la de las viviendas rurales de la región, siendo pocas las peculiaridades: cercas de vigas de corteza de sahuaro, pozos en el patio de cada casa y cocinas externas.

Otra etnia asentada en Sonora son los kikapú. Arribaron entre 1905 y 1907, formando la comunidad de Tamichopa, en el actual municipio de Bacerac. En los primeros años de residencia en este sitio los kikapú vivían en casas de sus tipos tradicionales, las cuales aún se observan en Kansas, en Oklahoma y en Coahuila. Las viviendas se construyen dos veces al año, de acuerdo con los cambios del clima. El acopio de los materiales es una labor propia de los hombres, pero en la construcción interviene toda la familia.

La casa de verano (utenikane) tiene una estructura rectangular de 4.5 por 5 mts. Esta levantada sobre un armazón de troncos verticales y horizontales y consta de dos partes: la casa propiamente dicha y un anexo. Las paredes de la casa son de carrizo y la puerta de entrada es cubierta con pieles y ramas entretejidas. El techo elíptico, tanto para la casa como para el anexo, es de tule o de varias esteras o petates sobrepuestos, elaborados por las mujeres.

En el interior se encuentra una especie de literas de varas delgadas sostenidas en troncos que sirven como camas. El anexo no tiene paredes, pero cuenta con literas iguales a las de la casa y sirve para la convivencia. Al centro de la vivienda se coloca una fogata que es considerada como un fuego sagrado. Para permitir la salida del humo, se hace una abertura en la parte superior del techo, cuyas medidas son de 2 por 0.5 metros aproximadamente.

La casa de invierno (apakuenikane) es de forma elíptica, con techos bajos. El armazón es de tule, de tal manera que no permite el paso del frío. En periodos de intenso frío, a las paredes se le añaden pieles. Al igual que la casa de verano, la de invierno tampoco cuenta con ventanas. El piso es la tierra semicompactada por el uso y la limpieza constante.

Los kikapú de Tamichopa, en el municipio de Bacerac, hace algunas décadas dejaron de construir este tipo de vivienda, ahora habitan construcciones que tienen los estilos de la región serrana. En sus casas se observa así la influencia de la cultura ópata o de la aún más antigua cultura de Casas Grandes, a través de las técnicas constructivas, como muros de piedra y tierra (presentes hasta hace algunos años) o taunas.

Entre las etnias del noroeste, la que sufrió el más violento proceso de despojo territorial fueron los o’ob, no tanto por la anterior amplitud de su región, ya que en esto estaban tal vez en desventaja con los seris, pero sí en cuanto a la diversidad medioambiental a que debieron renunciar; de poseer el territorio comprendido desde la frontera entre Aridoamérica y Oasisamérica (donde hoy se ubica Hermosillo), hasta la Sierra Madre Occidental, su territorio hoy se reduce a un área amenazada por la explotación forestal: el municipio de Yécora. Su región ya no comprende a los asentamientos de Yécora y Maycoba, los más importantes para el grupo hasta mediados del siglo XX. La segregación espacial de que fueron objeto, así como la alternancia territorial con “vecinos” o “blancos”, fueron factores que hicieron desaparecer algunos de los tipos habitacionales descritos por las crónicas coloniales. El área se caracteriza por tener distintos tipos de casas con determinados elementos prehispánicos, pero que muestran más bien patrones europeos. Un tipo es el de planta cuadrangular con techos de dos aguas. Los muros se construyen con tablas de pino colocadas de manera vertical. Los techos aún conservan la disposición en dos aguas, pero actualmente se construyen con láminas metálicas; hasta fines del siglo XX, aunque de manera reducida para entonces, se hacían los techos con tableta, consistente en una pequeña fajilla rectangular y delgada que sobrepuesta sellaba la techumbre. Es posible ver todavía techos de tableta, pero se trata de las últimas construcciones de este tipo, ya que este material tiene una utilidad de aproximadamente dos décadas y son pocos los pimas especializados en la elaboración de la pieza.

Otro tipo de casa de madera que ya no se construye, consta de planta también cuadrangular, igual su techo es de dos aguas y sus muros son troncos colocados de manera horizontal, unidos en las esquinas con las piezas del siguiente lado. Se sellaban con lodo para evitar la entrada del frío. Prevalecen casas de adobe, las cuales invariablemente recurren a la ruptura de la techumbre. Sobre estos tipos tradicionales se encuentra la casa de piedra y lodo, cuyo origen se remite a la cultura del río Sonora.

El grupo yoeme o yaqui es el que muestra una mayor recurrencia a su arquitectura tradicional. Si bien los Ocho Pueblos fueron fundados por los jesuitas, algunas características de las rancherías prehispánicas, son observables aún a principios del siglo XXI. Compartiendo un lote dos o tres núcleos familiares entrelazados, vivienda de bajareque de dos o tres habitaciones y el rasgo de la dispersión en los alrededores de los asentamientos. Evidente rasgo europeo es la cruz de madera al frente de la casa. La cocina al exterior, consistente en una hornilla de adobe, cubierta por una techumbre, que en pocas ocasiones llegan a agregársele paredes. Cuentan con letrinas que se construyen dentro del lote pero apartada del área habitacional; pueden ser de carrizo trenzado pero sin enjarre, quizás sin techo, o bien, levantadas con láminas metálicas o de madera, con techo de los mismos materiales. En el interior pueden tener el asiento sanitario, o sólo cuentan con vigas colocadas de manera espaciada en el centro, dejan un espacio o varios hacia el fosa. Se construye también un cuarto parecido para el aseo personal, que siempre tiene puerta al patio. Los patios generalmente son amplios y pueden dar cabida a la cría de animales, cultivos familiares o rituales y/o fiestas religiosas.

La vivienda yoreme o mayo cuenta con características similares a la de la casa yaqui, pero el antiguo territorio de la etnia, al ser sometido al sistema ejidal, se comenzó a caracterizar por la descomposición de los asentamientos y así de los conglomerados familiares o vecinales. La vecindad forzada con los “yoris” ha afectado la vivienda, de tal manera que el uso de materiales y técnicas constructivas modernas (casas de block, ladrillo y cemento, principalmente) son más intensas que en el territorio yaqui.

La vivienda makurawe o guarijío remite a la cultura del río Sonora; las casas son de piedra como entonces, pero son peculiaridades las dimensiones reducidas y abarcando tanto lo arquitectónico como lo social en un sentido amplio, la pobreza presente en el mobiliario, los utensilios, etc.; la artesanía no ha transitado de lo utilitario a lo comercial, aunque si se ofrece fuera de la sierra, es una posibilidad de ingreso.

El desierto de Sonora es aún aquel en el que se concibieron los conceptos espaciales originarios, pero aunque la etnicidad se manifiesta aún a través de distintas expresiones culturales tradicionales y políticamente a través de la organización social indígena, la vida familiar e individual ha sido transgredida por la espacialidad moderna. Las viviendas comca’ac tradicionales sólo se construyen en la actualidad con fines rituales o al requerirse en campamentos pesqueros, pero la vivienda habitual es la que en conjunto instaló el gobierno federal a mediados de la década de 1970, caracterizada por muros y techumbres de concreto, en piezas prefabricadas, ensambladas ante la mirada expectante y un sol acechante; tuvieron que pasar años y llegar la electricidad refrescante, para que se aceptaran como casas; como hogares, quizás jamás.


BIBLIOGRAFÍA

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[1] Núñez Noriega, Guillermo, "La invención de Sonora: región, regionalismo y formación del estado en el México postcolonial del siglo XIX", Revista de El Colegio de Sonora, 1995, año VI, núm. 9, pp. 159-160.
[2] Uribe García, Jesús Félix, Breve historia urbana de Hermosillo, Publicaciones La Diligencia, Hermosillo, 2005 (1ª edición: 1987).
[3] Roberto de la Cerda Silva, “Los cucapás” en Francisco Rojas González, René Barragán Avilés y Roberto de la Cerda Silva, Etnografía de México. Síntesis monográficas, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1957, p. 14.

Fotografías de TCS, excepto fotos de estación de f.f.c.c. en Hermosillo y kikapú en Coahuila.

"Transfiguraciones del desierto. Tradición y renovación en los espacios habitacionales" está incluido en su versión completa en De tierra, cal y canto. Estudio histórico de la construcción en Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C., Hermosillo, 2007.

Comentarios

Orfeo ha dicho que…
Excelente blog. Mira, soy estudiante de la Universidad Kino, leí una entrada tuya del 2 de Abril y quisiera saber si tú conoces a Alejandrina Espinoza. De ser así, me gustaría que me digas donde contactarla.

Gracias.

Omar Quintana.
Tonatiuh Castro Silva ha dicho que…
Hola Gracias por visitar el blog Alejandrina Espinoza es investigadora de la Unidad Regional de Culturas Populares, planta alta del Museo de Culturas Populares e Indígenas de Sonora. Un saludo
Unknown ha dicho que…
Así es Tonatiuh. Tenemos hoy el espacio ya alterado del Desierto. Habitacional, pasisajística, ecológico, étnico y moralmente. No valoramos en su momento las balsas de caña silvestre en que los comcac llegaron a la costa del estado provenientes de las islas. Jamás fueron impresas en las placas automovilísticas. Son mil modificaciones, son escenas del Sonora salvaje que ya no tenemos. Domesticamos la naturaleza pero en medida extremo, sin medir las consecuencias.
Somos mestizos que llegamos 2000 años tarde. Rompimos con Sonora, el verdadero, nos divorciamos de ella, hablemos de femenina, como dice Joaquín Araujo.. "es el machismo el que trae de cabeza a la Madre Naturaleza, deberiamos de verla como la Madre, pero históricamente la destrucción la encabeza el género masculino"..
Esta es la relación que expongo con el cambio habitacional, es el deterioro del entorno el que nos hace romper con ese espacio agradable que fue el anterior. No tenemos como baluarte a ese original Sonora.
Este día no podemos enseñarle al Mundo ese Sonora que se nos esfumo. Hoy debemos de analizar el deterioro ambiental en el sentido de estos cambios que aluden el artículo. Las etnias pueden retomar ese sentido, aprehender de nuevo el pasado para enriquecer nuestro entorno, agregarle riquezas que nunca debieron suprimirse. Jamás los autoctonos planearon hacer más árido este terruño, jamás se acercaron a este cambio tan planeado como los sonorenses contemporáneos lo han hecho, hoy no podemos esperar sentirnos hijos de Sonora esperando solamente la construcción de una presa aguas arriba de El Molinito. Necesitamos identidad y no apegarnos a la soberbia del escudo estatal. Una ocasión lo propuse: debemnos de cambiar este escudo maquiavelico, participe de la destrucción, actividades extracticas que son : ganadería, minería, agricultura y una cuasi pseuda pesca. No se plantea eliminar estas acts., sólo hacerlas de manera sustentable. No, así no somos sonorenses, somos complices de la aniquilación del espacio genuino, auténtico y original del salvaje Sonora, que vuelve a señalarse, no está ya con nosotros. Y hoy otra modificación más, el avallasador muro fronterizo romperá en dos este Desierto.. no hablemos de Arizona y Sonora separados, se alude al Desierto.. el único, el que no reconoce fronteras. Hoy, Sonora tiene cicatices difíciles de curar.
No imagino 200 años más de cambios, en el medio rural y urbano. Quizá las postales de la campiña española asemejen esta amada tierra sonorense..
Tonatiuh Castro Silva ha dicho que…
Hola Conrado. Completamente de acuerdo. Gracias por compartir tu punto de vista

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