Folclor en las Fiestas del Pitic
Vox
populi: de buenas intenciones está empedrado el camino
al infierno. Así, con un noble propósito, pero con una deficiente organización,
aunada a una concepción anacrónica y clasista de la cultura, tuvo lugar en el
espectro apabullante de las Fiestas del Pitic el “Pabellón Sonora”, área
dedicada a la promoción y difusión de las culturas originarias y mestizas de
Sonora, aunque, como consecuencia de su matriz ideológica, bajo un precepto
folclorista.
En un espacio ubicado junto al Museo de Arte de Sonora, donde
alguna vez existieron decenas de especies vegetales, se instalaron ramadas con
la finalidad de recrear el ambiente festivo de los pueblos yaqui, mayo y
guarijío, asemejando además las construcciones de tohono o’otham, pima y cucapá, incluyendo a los kikapú, aún cuando
se les albergó al estilo sonorense, y no en su casa tradicional de tule, y
excepcionalmente exhibiendo las viviendas vernáculas cuasi-cilíndricas de los comcáac o seris. Completaba el conjunto
un escenario y una serie de stands
comerciales y de difusión cultural.
Con todas sus esperanzas asistieron a
Hermosillo los artesanos de las diferentes regiones para ganar algunos de ellos,
finalmente, veinte pesos en tres o cuatro días. Diariamente un escenario sirvió
para la presentación de danzas y cantos tradicionales, así como del folclor de
diversos grupos y solistas.
En el auditorio del Musas se realizaron una
presentación de libro y una conferencia, con la misma condena de la serie de
eventos no correspondientes con las bellas artes: la indolencia.
Escasa
difusión y carencia de servicio gratuito de transporte entre el centro de la
ciudad y el Pabellón determinaron la infructuosidad de las jornadas, que
buscaban en lo específico dignificar las expresiones étnicas respecto a las ediciones
anteriores del festival, intención no compartida con el concepto general
europeísta de las Fiestas.
Foto 1: Danzantes de venado y pascola en el Pabellón Sonora, Fiestas del Pitic 2012/Alejandrina Espinoza Reyna.
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