Transfiguraciones del desierto

Tradición y renovación en los espacios habitacionales

(Parte I)

Tonatiuh Castro Silva


La vivienda es el aterrizaje de una conceptualización comunitaria del espacio, que toma como vías para su ejecución las soluciones arquitectónicas tanto propias y tradicionales, como las de orígenes ajenos y, generalmente, desconocidos. Por ello, se puede considerar que la imagen de todo asentamiento se compone de transfiguraciones arquitectónicas, es decir, ideas espaciales y estéticas primordiales, con distintos orígenes medioambientales y culturales, posteriormente adaptadas y construidas.

Este texto expone de manera panorámica las transfiguraciones en los tipos de vivienda del desierto de Sonora, de acuerdo a una segmentación histórica y no geográfica ni étnica, ya que una de las propiedades de las soluciones habitacionales es su composición basada en elementos ambiental y culturalmente disímbolos.

El análisis del proceso histórico de la vivienda en el noroeste de México debe iniciar en los sitios en los que se ubican tanto las reminiscencias de los antiguos conceptos del espacio y sus ejecuciones, como las aportaciones arquitectónicas europeas. A la vez, se intentará relacionar los tipos de transfiguraciones con las relaciones económico-político-espaciales entre las regiones de Sonora, ya que la profusión de tales persistencias o adaptaciones se encuentra vinculada al desarrollo económico, a las políticas espaciales y a los gustos y valores de cada cultura o de cada región.


La vivienda originaria

Son los asentamientos de los grupos étnicos de la época del contacto persistentes hasta la actualidad, los sitios en los que se pueden encontrar, además de elementos tradicionales de las primeras sociedades, incluso anteriores a las del contacto, otros elementos de origen occidental.

La antigua arquitectura de los kuapak o cucapá del valle del río Colorado consistía en habitaciones (permanentes y temporales) y bodegas. Las casas de verano (modalidad que conoció Alarcón en 1540 y aún fue vista por Derby tres siglos después), se construían en las áreas desalojadas por la variación del río; eran domos de ramas de cachanilla (Pluchea), mezquite (Prosopis), álamo (Populus fremontii), sauce (Salix goodingii), chamizo (Atriplex lentiformis) y yuca (Yuca valida Brand). Las personas que no se encontraban emparentadas directamente con una familia, construían pequeñas habitaciones de los mismos materiales, a un lado de la vivienda de los familiares. Otro tipo de construcción, que algunas veces se usaba como casa temporal y otras como cocina, tenía paredes circulares hechas de las mismas plantas y carecía de techo. Las viviendas permanentes, observadas por Melchor Díaz unos meses después de la travesía de Alarcón, eran estructuras rectangulares y semienterradas, construidas en las áreas elevadas para evitar las eventuales desviaciones del río Colorado. La estructura se componía de horcones de mezquite. Los muros eran algunas veces verticales y otras un poco inclinadas, con forma de rampas, y se hacían con una mezcla de ramas de cachanilla y sauce, cubiertas con lodo. El techo era de cuatro vertientes o piramidal.

Una de las etapas en el ciclo agrícola era el almacenamiento de las cosechas en el mes de noviembre o de los alimentos recolectados en varios meses del año. Para ello cada familia tenía una bodega construida de manera similar a la casa permanente pero sin paredes. Sobre el techo, que en su parte central funcionaba como plataforma, se alzaba otro techo de menor tamaño. El espacio formado por estos dos planos permitía almacenar los alimentos en diversos recipientes. Para acceder a esta pequeña bodega se utilizaba escalera.

Actualmente no construyen de esta manera su vivienda, pero persiste el uso de los espacios: la cocina debe ubicarse al exterior y la vivienda debe abandonarse, aunque sea temporalmente, tras la muerte de uno de los miembros de la familia.

Las viviendas tradicionales de los tohono o'odham o pápagos, asentados en el desierto de Altar, eran llamadas juuk y huki. El tipo juuk consistía en una excavación circular de aproximadamente entre 20 y 40 cms. de profundidad, donde se asentaba una estructura semicónica formada con postes ahorquillados, con paredes y techo de ramas de ocotillo y hediondilla o gobernadora, sostenidas con vigas obtenidas de la corteza del sahuaro, cubiertas con tierra.

Otro tipo de vivienda tradicional es el llamado huki, que consistía en una planta cuadrangular, con muros de piedras untadas con barro blanco, que permitían un ambiente fresco al interior; los techos, tanto planos como de dos aguas, se hacían con ramas de jécota y vigas de sahuaro y mezquite; los pisos eran de tierra apisonada. Los vanos de las casas eran escasos; tenían una o dos ventanas, y éstas eran muy reducidas. La puerta se orientaba hacia el poniente, y estaba resguardada al frente por una especie de codo, formado por dos paredes y un techo, encontrándose así la entrada y salida en forma de escuadra. En el área rural de los municipios de Caborca y Plutarco Elías Calles existen ruinas de este tipo de casa.

Respecto a la vivienda de los ópatas, se narra en la Enciclopedia de México: “Habitan desde hace mucho casas tipo jacal, con paredes de ramas y barro, techo de palma y una sola estancia, en la que colocan de noche camas de carrizos (tepeste) o petates, pues en el día la usan como centro de reunión y cocina”.[1] Este tipo de vivienda ópata persiste, con algunas transfiguraciones, en algunos pueblos de la sierra sonorense, en donde es posible encontrar conglomerados de arquitectura tradicional, lo cuál corresponde al asentamiento conjunto y diferenciado de los descendientes ópatas y de otras etnias serranas emparentadas, en pueblos donde desde el siglo XVIII o XIX, predomina población descendiente de “gente de razón”, como Baviácora, Banámichi, Aconchi, Moctezuma, Villa Juárez (antes Óputo), San Clemente Terapa, Divisaderos, Tepache y Bacadehuachi.

Aún en la sierra, pero hacia el sur, los o’ob o pimas habitaron una extensa área que tenía por extremos a Aridoamérica y la sierra Madre Occidental, por lo que tuvieron distintos tipos de viviendas. En la sierra, algunos grupos vivieron hasta el siglo XIX en cuevas adaptadas a la vida doméstica. Diego de Guzmán fue el primer explorador en registrar este tipo de habitación en 1533, cerca de Cumuripa. En este tipo de sitios se han encontrado cuñas de piedra usadas para cortar ramas y varas para construir chozas en campo abierto. Si bien hasta la década de 1980 aún había familias viviendo en cuevas, desde la segunda mitad del siglo XVII, ya habían creado asentamientos en planicie; ocupaban casas consistentes en enramadas cubiertas con tierra, ordenadas creando calles.

Antiguamente, los yoeme o yaquis habitaron asentamientos dispersos a los que los españoles llamaron rancherías. Las rancherías se conformaban por varias casas muy separadas unas de otras, sin un ordenamiento, pero que conformaban un conjunto. Las casas consistían en estructuras de horcones y vigas de mezquite, techos de ramal y lodo, y muros de bajareque, es decir, carrizo trenzado enjarrado con lodo. Este tipo de pared es característico, aunque no exclusivo, de la cultura mesoamericana, por lo que se puede encontrar aún al centro y sur de México, así como en Centroamérica. Pero además, fuera del mosaico yutonahua, este tipo de muros se han construidos en sitios tan dispares como Inglaterra y Brasil.

La casa tradicional del grupo yoreme o mayo, es de dos tipos: bajareque de carrizo similar a la casa yaqui (lo cual corresponde con la filiación lingüística de yaquis y mayos, la familia yuto-nahua), y la casa de sahuaro. Sus paredes eran de costillas de cactus o sahuaro (Carnegiea giganeta). Éstas se obtenían partiendo ejemplares muertos. Las costillas secas se colocaban en hileras sujetadas, formando cada uno de los muros, que a su vez se adherían a la estructura de la casa, construida con postes de mezquite (Prosopis). Cuatro postes se colocaban en esquina y de dos a cuatro postes más se colocaban a intervalos en la pared exterior. El resultado era una estructura rectangular de entre catorce a treinta y cuatro pies.

Las piezas del sahuaro, de tamaño irregular, se enterraban verticalmente, y se reforzaban con otras costillas colocadas horizontalmente; si se deseaban muros resistentes, debían colocarse estos soportes tanto en el interior como en el exterior. Los postes principales eran conectados con largos palos, obtenidos del sahuaro pero sin partir, que a su vez eran sostenidos con horcones o soportes en forma de Y. Para formar el techo, se colocaban costillas de sahuaro de tamaño menor, colocadas de manera ajustada. Para aumentar el grosor del techo, se aumentaban las capas de sahuaro partido. Sobre esta estructura superior se extendía hierba, y se agregaba una capa de tierra de varios centímetros de espesor, la cual se mojaba y se presionaba, dejando al sol la labor de secarla y convertirla en una capa de adobe. En este tipo de construcción no se requerían ventanas, puesto que las aberturas entre los distintos materiales permitían que el interior se ventilara y se iluminara. El piso consistía en la misma tierra, únicamente apisonada.[2]

A un lado de la casa se encontraba una ramada de verano, cuyo techo era de menores dimensiones. Al igual que en la vivienda yaqui, a un lado de la construcción o al frente, se ubica una cruz que señala su pertenencia a la religión católica.

El caso de los comca’ac o seris difiere tanto en el sentido cultural como en el medioambiental respecto a los demás pueblos del noroeste, debido a que pertenecen a la gran familia lingüística y cultural hokana, y no a la yutonahua y, además, han habitado Aridoamérica, teniendo los yutonahuas a Oasisamérica como contexto ambiental; si bien los cucapá, pertenecen a la familia yumana, y por lo mismo forman tienen una filiación hokana, han habitado un área transicional entre ambas regiones.

Entre los comca’ac, el tipo de vivienda tradicional era reflejo tanto del medio físico que les rodeaba, como de su estilo de vida. Desde la época prehispánica, hasta principios del siglo XX, habitaron el territorio ocupado actualmente por los municipios de Hermosillo, La Colorada, Mazatán, San Miguel de Horcasitas, Carbó, Rayón, Opodepe y Benjamín Hill y además tuvieron como frontera sur una porción territorial del actual municipio de Guaymas, como lindero septentrional ciertas áreas de los municipios de Pitiquito, Caborca, Santa Ana, Magdalena y San Javier. A lo largo de este periodo la etnia se compuso de seis bandas, cuyas actividades económicas eran itinerantes, aunque restringidas a un territorio definido y propio, y consistían en caza, recolección y pesca.[3] Su vivienda estaba definida por este sistema económico; se creaban grupos de casas provisionales que se ocupaban durante una temporada y después se abandonaban. Al establecerse en un nuevo sitio, aparecía un nuevo núcleo de casas.[4]

Hasta las primeras décadas del siglo XX, cuando su modo de vida fue itinerante, debido a sus actividades de caza-recolección, la etnia construyó sus viviendas de forma provisional. Los distintos grupos se dedicaban a la pesca, la caza y la recolección de frutos silvestres. Cuando se agotaban los recursos naturales del área cambiaban su lugar de residencia, aunque restringiéndose a un área bien conocida por ellos, así como por los pueblos vecinos.

Las viviendas eran construidas de manera colectiva por las mujeres. Su estructura consistía en un armazón de cinco o seis arcos de ocotillo unidos entre sí. Cada arco se lograba enterrando un extremo de un par de ramas de ocotillo previamente despojadas de sus espinas, doblando después la parte superior de ambas y uniéndolas con ataduras y entretejidos. Los arcos se unían con tirantes de ocotillo, ramas, raíces de mezquite o costillas de sahuaro. Esta estructura se cubría con ramas, en algunos casos, estas paredes se completaban con caparazones de tortuga, ancas de venado, pieles y cueros. En general, estas habitaciones temporales se construían orientadas hacia el mar, para evitar el impacto del viento. Los materiales empleados permitían que la estructura fuera muy durable y se podía volver a utilizar meses después de su ocupación temporal, o incluso por varios años.

Otro tipo de vivienda, menos común, se construía con piezas de pitahaya. Cada pieza consistía en un tronco partido a la mitad, con la finalidad de crear una cantidad suficiente de piezas para construir las paredes, mediante su colocación consecutiva y vertical, así como contrapuesta; es decir, la parte plana daba al exterior y al interior de la vivienda, ensamblando la parte curva en el interior de la pared. Posteriormente se cubría con lodo.

[1] Álvarez, José Rogelio (director), Enciclopedia de México. Tomo X, Compañía Editora de Enciclopedias de México/Secretaría de Educación Pública, México, 1987, p. 6010.
[2] George E. Fay, “Indian house types of Sonora. II: Mayo”, The Masterkey, vol. 30, no. 1, January-february, 1956.
[3] Alejandrina Espinoza Reyna, Función del trabajador social en la recuperación, promoción y revaloración de la cultura conca’ac, tesis, Universidad de Sonora, 1987.
[4] Gran parte de la información referente a la cultura comca’ac ha sido proporcionada por Alejandrina Espinoza Reyna.


"Transfiguraciones del desierto. Tradición y renovación en los espacios habitacionales" está incluido en su versión completa en De tierra, cal y canto. Estudio histórico de la construcción en Sonora, Sociedad Sonorense de Historia, A.C., Hermosillo, 2007.


Fotografías:
Hombre y vivienda cucapá: Colección Nicolás Wilson Tambo.
Cueva en territorio o'ob, habitada hasta años recientes, Los Pilares, municipio de Yécora: TCS.

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